Jugando a ser Graham Hill: experiencia Classic Racing School
Poder pilotar un monoplaza de competición es un sueño de muchos apasionados del motor. Cumplir ese sueño con un Fórmula Ford de los años 60 parece directamente una utopía. Aunque quizás ya no lo sea gracias a esta escuela de conducción que por fin aterriza en España.
Classic Racing School, la primera escuela de conducción de monoplazas históricos del mundo, lleva organizando este tipo de experiencias en Francia desde hace más de 6 años. Ahora ha llegado a España, y hemos sido los primeros en probarlo. La experiencia ha sido sencillamente inolvidable. Desde que me saqué el carné, allá por 2004, he conducido casi absolutamente de todo. Sin embargo, aún no había tenido la oportunidad conducir un monoplaza, y menos nada que fuera parecido a un auténtico Fórmula de los años 60.
Mi cita para vivir esa experiencia es en el circuito de Castellolí, en Barcelona. Allí estoy citado a las 8 de la mañana. Llego un poco antes de la hora prevista y, desde el primer instante, percibo una atmósfera especial y muy exclusiva. Nada más entrar en los boxes me topo de frente con un escuadrón de monoplazas clásicos con un aspecto increíble. Decorados con colores míticos de lo más retro, todos los monoplazas presentan un aspecto formidable. Qué elegancia, qué belleza, y qué simplicidad. Cuánto han cambiado las cosas en medio siglo. Los coches de antes eran máquinas puramente analógicas y muy simples, nada que ver con los hiper tecnológicos monoplazas actuales, de diseños de lo más complejos, innumerables centralitas, motores híbridos, y volantes con infinidad de botones y configuraciones; superordenadores con ruedas, al fin y al cabo. Antes todo se reducía a un simple chasis con un motor, unos pedales y un volante. Nada más. Sencillo y puro; maravilloso. Piel de gallina. Pero primero, toca vestirse y pasar por clase.
Classic Racing School no solo permite conducir sus coches: ofrece una experiencia inmersiva para sentirte verdaderamente en otra época. El staff va vestido con un look retro, el lounge para los pilotos tiene un aroma especial, con sus chesterfields, e incluso el vestuario habilitado para cambiarse destila esencia retro, con unas taquillas metálicas entre las que encuentro la mía: “Dani Blasco”. Sí, ese soy yo. Dentro encuentro mi ropa ignífuga, un mono y guantes de estilo clásico, y las botas de cuero a juego. Una vez vestido, me toca asistir a clase para escuchar el briefing con las indicaciones necesarias antes de entrar a pista, con consejos muy claros en materia de seguridad, tips de conducción y un repaso del estricto funcionamiento de las tandas que tendrán lugar durante la jornada.
Lejos de ser una experiencia de esas de dar dos o tres vueltas, las jornadas son verdaderamente largas. Tenemos por delante 7 sesiones de conducción de 20 minutos cada una. Así da gusto.
El siguiente paso después del briefing es descubrir “mi fascinante coche”. Digo mi coche porque le han tenido que ajustar la posición de los pedales en relación con el asiento para que quede adaptado a mi estatura. Al igual que el resto de vehículos presentes, estoy ante un Crosslé 90F, un monoplaza espartano y sin elementos aerodinámicos que luce, en mi caso, un verde inglés de lo más retro. Pero, ¿es este un verdadero fórmula clásico? No y sí. Me explico.
Crosslé es un fabricante de monoplazas desde 1957 que sigue en activo. Por lo tanto, tendría toda la lógica pensar que el coche que tengo delante es un monoplaza original de hace 60 años. Sin embargo, no es exactamente así. El modelo es un Crosslé 90F, visualmente idéntico al 16F de 1969 que ganó el campeonato europeo de Fórmula Ford en ese mismo año. El 90F ha sido fabricado desde el año 2016, con los planos y técnicas originales de 1969. Incluso en las mismas instalaciones de Belfast. La principal diferencia entre uno y otro es la disposición de la caña de dirección, un poco más elevada para permitir la acomodación de pilotos más altos en el habitáculo (hasta 1,95 m), más de lo que permitía el original. La otra diferencia es que el motor de origen Ford de 1.6 litros ha dejado paso a un 2.0, también Ford, que entrega la misma potencia pero con mayor par, permitiendo así un régimen más amplio de utilización de las marchas. Salvando estas diferencias mínimas, el 90F es, a efectos prácticos, un auténtico Fórmula de los 60, simplemente fabricado en la actualidad a imagen y semejanza del original. Excitante.
Tras conocer mi coche toca acomodarme en su habitáculo, no sin antes ponerme el casco y el hans. El espacio para el piloto es realmente estrecho y tremendamente espartano. Tras poner una pierna a cada lado del cockpit, me deslizo en el interior del monoplaza. Una vez sentado, toca deslizarse aún más hacia abajo. Para tocar los pedales con los pies tenemos que recostarnos bastante. Realmente quedas encajonado, más aún cuando te aprietas los arneses de seguridad. Sin embargo, la posición de volante –muy pequeño– es ideal, así como la palanca de cambios, situada a la derecha del volante y muy cerca, con un recorrido cortísimo. Aunque nunca he conducido así, me resulta cómoda antes de salir a pista.
Conecto la corriente del coche con el cortafuegos rojo a la izquierda del volante, le doy a los interruptores de la bomba de gasolina en el lado derecho, y le pulso el botón "Start", presionando un poco el gas. El coche cobra vida. Semáforo en verde.
Rodar con un fórmula es algo nuevo y soy cauteloso. Las primeras vueltas se hacen siguiendo un instructor para mayor seguridad. Mi primera sorpresa nada más entrar a pista es el par que tiene el motor. Aunque solo proporciona 110 CV, la relación peso potencia no es del todo mala –solo pesa 420 kg–. La dirección es directísima y el coche bastante duro, aunque algo menos de lo que esperaba. El accionamiento de las marchas es fácil y preciso. Y las sensaciones se intensifican desde el primer momento gracias al ruido del motor y la mecánica. Me gusta.
Naturalmente el coche no tiene ABS –ni control de tracción, ni de estabilidad, ni dirección asistida...–. Nada. La aceleración es notable, y la frenada requiere presionar el pedal con fuerza, aunque pronto hay que suavizar la presión para no clavar frenos. Una vez dentro de la curva el coche se muestra bastante noble. Los neumáticos, aunque estrechos, ofrecen más grip del esperado, aunque al salir de la curva percibo que más vale acelerar suavemente para evitar perder la trasera. Las primeras vueltas son, en definitiva, de adaptación. Poco a poco, voy ganando confianza mientras disfruto cada segundo al volante. La experiencia es puramente analógica y satisfactoria. Aquí eres tú quien tiene el control de todo.
Pasados los 20 minutos de la primera tanda, paras en el pitlane para que los técnicos de la escuela revisen cada detalle del coche para asegurarse que todo está en orden. Y tras esa pausa, a pista otra vez. Esta vez sin instructor delante. A cada vuelta me siento más y más cómodo con el Crosslé. El coche resulta cada vez más divertido conforme coges confianza. Puedes apurar frenadas, dar gas un poco antes, buscar el límite del grip... Aunque, a decir verdad, no hace falta ir a buscar la vuelta rápida para disfrutar muchísimo de la experiencia. Las sensaciones son enormes sin forzar la maquinaria. Las reacciones son nobles si eres suave con el volante y trazas por dónde toca, pero el coche es reactivo, ligero, sensible a las irregularidades del asfalto... Un coche de carreras de antaño, al fin y al cabo.
En definitiva, es fundamental ser delicado y preciso. Cuando lo eres, la magia sucede, y entras en una fase de vivir una experiencia de conducción casi mística por su intensidad, que te acompaña durante el resto del día. Teniendo en cuenta estas sensaciones aun contando con solo 110 CV, me cuesta imaginar lo que sería conducir un Fórmula 1 de esa época. Mucho más potente pero igual de sencillo. Menuda locura. Grandes héroes con muchas agallas tenían que ser los pilotos de esa época como Graham Hill, Jim Clark, Jackie Stewart... Por mi parte, a los mandos del Fórmula Ford –que ni se acerca en cuanto a prestaciones– ya me sirve para hacerme una idea.
Aunque hay una forma de acercarse un poco más a esos ídolos, y es que, desde hace un tiempo, Classic Racing School ha incorporado Crosslé 90f con especificaciones de Fórmula 3 de la época en su flota. Coches con neumáticos más anchos, 150 CV, y alerones. Los he visto, pero en esta primera toma de contacto no he podido probarlos. Aunque ya hemos quedado que habrá una próxima. Así que cuando llegue ese momento, os lo volveré a contar en estas páginas. Mientras tanto, me quedaré con el buen sabor de boca de esta jornada inolvidable en la que me sentí como un piloto de antaño.
Un proyecto mágico
Como suele ocurrir, la historia de la Classic Racing School nace de un sueño. Julien Chaffard, el alma máter de este proyecto, su impulsor e ingeniero de profesión, es una de esas personas que ha vivido la pasión por el motorsport desde niño.
Con una fijación especial por los Fórmulas de los años 60, nada más salir de la universidad empezó a indagar sobre cómo poder arrancar un proyecto vinculado a este tipo de coches. Es así como tras mucha investigación fue a parar a la factoría de Crosslé en Belfast, Irlanda.
Como ya os hemos contado, este pequeño fabricante de coches de competición, inició su actividad en 1957. De una forma o de otra, la marca ha conseguido sobrevivir a base de fabricar monoplazas y barquetas de competición, y de proporcionar recambios para sus antiguos coches. Esto se ha traducido en que muchos de sus automóviles fabricados hace décadas son de los más populares dentro de los certámenes de competición históricos. Y es que poder disponer de repuestos originales de absolutamente todos los componentes no tiene precio.
La cuestión es que Julien tenía una idea en la cabeza: crear una escuela de conducción de monoplazas históricos, la Classic Racing School. Por ello Crosslé, con su antigua factoría y disponibilidad de todos los planos y elementos de sus antiguos modelos, fue la pieza que le encajaba en la ecuación: el fabricante podía volver a producir por encargo sus coches de finales de los 60, con la configuración original. Así que, disponiendo de la inversión que requería la ocasión, Classic Racing School consiguió su flota de Fórmula clásicos, los fórmulas que hoy se ofrecen en exclusivas jornadas de pilotaje para disfrutar de una experiencia de conducción histórica sin igual.