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BMW i8 y Lamborghini Huracán contra SRT Hellcat y Mustang GT, etapa 1, Los Ángeles

Estamos en un atasco, pero es un atasco placentero. Es invierno y sigue haciendo calor en California. Por delante de nosotros vemos palmeras finas y altas, carteles de cine, edificios, todas esas cosas de Los Ángeles que a los europeos nos hacen sentirnos dentro de una película. Y hasta nos creemos protagonistas, porque vamos al volante del Lamborghini Huracán, blanco y con placas de California. Al mirar por el cristal de atrás vemos al resto de colegas, pero la imagen se distorsiona por el calor que sale del motor. De semáforo a semáforo rugiendo y frenando con los discos carbonocerámicos. Me siguen un espectacular convoy formado por un BMW i8, un Dodge Challenger SRT Hellcat y un Mustang GT.

Unos parecen más inadaptados que otros a la opresión del tráfico urbano, y en realidad solo el i8, con su 3 cilindros turbo apagado y funcionando en modo eléctrico, se siente como en casa. Los cuatro deportivos presentan contrastes fascinantes. Los europeos son absolutamente diferentes, aunque igual de bajitos y espectaculares, mientras que el Dodge y el Ford representan el último capítulo de la interminable historia de amor de los americanos con los muscle cars. De momento apenas estamos probando la progresividad de los embragues, pero tenemos por delante cientos de kilómetros para sacar conclusiones. ¿Cuáles son las preguntas que nos haremos, aparte de dónde estarán escondidos los malditos radares? ¿A qué lado del Atlántico se hacen los deportivos más divertidos? ¿Son demasiados 717 CV? ¿Puedes meter en un Lamborghini algo más que dos ocupantes y dos vasos de café?

Por fin hemos salido del tráfico urbano y tomamos la autopista del Pacífico en dirección norte. “¿Nunca había visto uno de estos, me puedo sentar?”. Primera parada para repostar, que conviene hacer deprisa porque los estadounidenses son muy aficionados a los coches y a hablar con todo el mundo. Cansado de los duros asientos del Huracán, aprovecho la parada para ponerme al volante del i8. Vaya, unas puertas propias de un Lamborghini en un BMW. Con ellas abiertas tiene un aspecto majestuoso, es un espectáculo. Puede que el italiano observe al BMW con condescendencia y piense: “aficionado”, pero no puede apartar la mirada del interior del alemán. Es el de una nave, avanzado, limpio y luminoso, con cierto estilo Apple. Al otro lado del surtidor está el Dodge verde, con ese ronroneo grave y profundo del V8. Debe pensar que sus rivales europeos son unos fantasmas…

Pero yo ya estoy acomodado en los fantásticos asientos del i8. Hay más visibilidad que en el Huracán y el ambiente seduce por su modernidad, por su excentricidad tecnológica. Nada más salir a la carretera el BMW impresiona, se siente compacto y manejable, con mucha facilidad para ganar velocidad una y otra vez. El sistema de propulsión puede cambiar de funcionamiento continuamente, entre los dos motores o entre tracción delantera o total, pero al volante tu estás gozosamente despreocupado de los complejos cálculos de su cerebro electrónico.

Salimos de la autopista hacia la primera carretera propiamente dicha. Pero entre las curvas ciegas y los ciclistas no hay margen para el error. Este es el Estado donde más aman a Porsche, y vamos al volante de otro ingenio alemán con un sensacional equilibrio dinámico. Es preciso y ágil y, con el selector en “Sport”, muy rápido en la respuesta a las órdenes del conductor. La carretera sube y baja y se siente a gusto rodando a buen ritmo, con un cambio de marchas muy rápido, buena frenada y un gran paso por curva. En el modo “Sport”, donde la regeneración funciona cargando la batería al decelerar y frenar, puedes ver cómo va subiendo el nivel de la batería. Con una anchura de gomas relativamente estrecha comparado con sus rivales, sus límites son predecibles y es fácil jugar con él sin sustos. Y qué bien va la dirección, y cómo apoya el morro.

En la siguiente parada, el colega que llevaba el Dodge se baja y dice con media sonrisa: “Simplemente es demasiado grande para esta carretera. Mejor cuando encontré el botón ‘SRT”, hay cuatro modos de conducción, “ y puse la suspensión en ‘Sport’, pero tanto peso y tanto motor, y esa sensación de que vas subido en algo poco sofisticado, lo hacen un poco intimidante”. Ok, te lo cambio. Con cinco metros de largo –como un Mercedes Clase S– y dos toneladas de peso, mi amigo tiene razón. Pero llevar este aparato recto entre rocas y acantilados no es tan difícil como podrías pensar. La dirección es muy ligera, lo que no suele ser deseable a la hora de conducir con precisión, pero compensa esta cualidad con bastante rapidez. Además, la combinación de doble trapecio en la suspensión delantera y multibrazo –con amortiguadores Bilstein regulables– te da opciones de luchar cuando llevas detrás al i8 y al Huracán olisqueando y buscando hueco.

Ofrece mucho agarre –gomas Pirelli P Zero Nero sobre llanta 20”– y una frenada poderosa, como debemos esperar de unos Brembo con seis pistones delante. En cierto modo es una sorpresa porque es bastante civilizado, también por la suavidad de sus mandos y del cambio automático de ocho marchas –puede llevar el manual del Viper–. El interior es algo ecléctico, con los relojes clásicos y la eficaz pantalla táctil, pero tiene muy buen aspecto. Y en lo que supera a todos es en espacio interior. Entran cuatro adultos y, ahora que andamos por el desierto, en el maletero cabe hasta un cadáver y las palas… Cuando paramos a cenar algo de comida sana en el Bob’s Big Boy Dinner, es fácil hacer amigos si llevas el SRT. “Tío, ¿es un Hellcat?”, pregunta un chaval, y luego nos pide que abramos el capó de aluminio. Ahí está el impresionante 6.2 V8 Hemi con pistones y cigüeñal forjados, y con un poder casi nuclear (717 CV) gracias al compresor.

En el interior de los faros hay una entrada de aire para la admisión del motor. El chaval sonríe, nosotros también. “Ya sabes, a estudiar mucho para comprarte uno…”. Acelera de 0 a 100 km/h en 3,9 segundos y supera los 320 km/h, pero lo mejor es que hace que cualquier recorrido sea especial. Su capacidad de empujar, de pegarte al asiento y de quemar rueda es inaudita, casi cómica. En poco tiempo desarrollas una hiper-sensibilidad en el pie derecho para no pasarte con el gas. En el exterior del restaurante hay una especie de concentración de coches clásicos, casi todos americanos. Esto es normal en California. “Es una de las grandes cosas de LA, si eres un loco de los coches siempre hay lugar donde ir”, nos dice Ray, encargado del restaurante. El aire huele a desierto, gasolina y hamburguesas. Puede aparecer cualquiera, como el jefe de diseño de Audi, Marc Lichte, con quien charlamos sobre la belleza atemporal del Shelby Cobra. Salimos de allí para dormir en Barstow, y me tocó el nuevo Mustang. Mucho más discreto que el Challenger, tiene lo mejor de dos mundos. El nombre, el sonido y el motor de un muscle car, pero también un alto nivel de refinamiento y agilidad. La mecánica es una maravilla, tanto para correr detrás del Lamborghini como para bajar la ventanilla y pasear. No me quiero ir a dormir. 

Si quieres ver la segunda parte de este viaje, pincha aquí.

 

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