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Bentley Flying Spur W12 Mulliner, nunca es demasiado.

Me dispongo a escribir la prueba de este coche y no me resulta del todo fácil empezar. Son tantos los imputs recibidos durante mi cita con el Flying Spur W12 Mulliner, el pináculo del lujo dentro de la gama Flying Spur, que no tengo claro qué es lo primero que debo destacar.

Pero es que el Flying Spur W12 Mulliner ya tiene esto, resulta abrumador. Su despliegue de refinamiento, clase, potencia y tecnología puede llegar a causar síndrome de Sthendal. Este coche impresiona a cualquiera. A no ser que seas de esas personas que de forma rutinaria come caviar de beluga acompañado de Champagne francés en el salón de su castillo mientras contempla sus magníficos jardines estilo Versalles, en cuyo caso el Flying Spur W12 Mulliner te parecerá un simple utlilitario. Sea como sea, yo aún no he llegado a ese nivel, y por tanto me parece sencillamente extraordinario.

Porque Bentley siempre es sinónimo de máxima calidad, sin importar de qué modelo o versión hablamos. Todos los vehículos salidos de la factoría de Crewe son de una calidad superior, desde al Bentayga hasta el Continental GT Speed pasando por el propio Flying Spur. Pero su carrocero especial, Mulliner, siempre da una vuelta de tuerca más a todo lo que toca. Porque se encarga de hacer más especial lo ya de por sí extraordinario, algo nada fácil cuando partimos de unos estándares de calidad tan elevados.

 

Mulliner: Desde los proyectos especiales hasta los acabados superiores de los modelos de la gama “convencional”

Como algunos puede que sepáis, Mulliner nació como una empresa inglesa dedicada a la fabricación de carrozas de caballos de gran lujo. Su historia se remonta bastante más atrás que la de la propia Bentley, aunque su misma filosofía y pasión por el detalle, la calidad y lo exclusivo los llevaron a unir sus caminos en el S.XX. Así, Mulliner pasó a ser propiedad de la propia Bentley para convertirse en su particular carrocero de proyectos especiales y responsable de personalización, un departamento con identidad propia capaz de cualquier cosa -en el buen sentido por supuesto-.

Recientemente hemos conocido el Batur, la última creación realizada por Mulliner después del increíble Bacalar. Su precio astronómico no será un inconveniente para que se vendan todas sus unidades rápidamente, que de bien seguro acabarán en manos de billonarios a los que les agrade no pasar desapercibidos.

Aunque la ventaja de Mulliner es también poder disfrutar de sus trabajos sin salirse de la gama normal. Como el Flying Spur W12 que nos ocupa.

Pasión por la perfección

He recogido el Flying Spur en las instalaciones de Bentley Barcelona, como es habitual. Es verano, hace calorcito, y hoy tenemos un sol de justicia. Así que no se me ocurre otra cosa que irme a la Costa Brava para probar esta joya junto al mar. En menos de una hora de trayecto durante la cual disfruto de la suavidad y confrot de este maravilloso coche me planto en Sant Feliu de Guíxols. Naturalmente, pronto me doy cuenta de que quizás haya cometido un error, y es que siendo Agosto esa zona catalana está bastante abarrotada de turistas, y no me puedo parar en ningún lugar público sin que el Flying Spur despierte la atención de los curiosos. No me extraña; esta unidad W12 Mulliner, con su precio cercano a los 400.000€ no es un vehículo que se vea muy a menudo por la calle.

Su color gris metalizado sienta de maravilla a sus líneas elegantes en las que destacan los detalles exclusivos del carrocero como las pequeñas parrillas situadas en las aletas delanteras, las calandras cromadas entre otros detalles. Por su lado, las llantas exclusivas bicolor con diseño exclusivo y 22 pulgadas hacen que esta gran berlina pise con aires de dandi. Como curiosidad, los logos del centro de rueda siempre permanecen en posición vertical, aunque las ruedas se muevan: la B de Bentley siempre la encontraremos derecha. Sencilla perfección.

En cualquier caso, los paseos y ramblas a pie de playa, que mentalmente se me presentaban ideales para sacar unas bonitas fotos, resultan un escenario imposible para tal fin. Así que visto lo visto, me dirijo a los pueblos de interior de la Costa Brava, en busca de la paz y armonía que este coche merece.

 

Dinámicamente perfecto

Pongo rumbo a Romanyà de la Selva, un pequeño pueblo situado a unos pocos kilómetros de la línea costera al que se llega por una sinuosa carretera ascendente. Es lunes y a pesar de estar en pleno verano no me encuentro apenas tráfico. El momento ideal para poner a prueba las cualidades dinámicas de este supersedán de más de 5 metros. Cualquiera pensaría que un Flying Spur W12 es una limusina para disfrutar estrictamente desde los asientos traseros, pero la respuesta es “no exclusivamente”. Sus características dinámicas, así como su motor y su bastidor, ofrecen muchísimo al conductor. Bajo el aspecto señorial de máxima elegancia se esconde un verdadero atleta de alto rendimiento. El empuje de su motor 6.0 litros biturbo W12 y sus 635 CV es exagerado y refinado a la vez. Pura potencia, que se traduce en un gran placer de conducción. Efectivamente, pese a su peso y dimensiones, la agilidad del Flying Spur es pasmosa, ofreciendo un paso por curva, una frenada y una aceleración sorprendentes sin sufrir de balanceo ni exceso de inercias.

Todo este rendimiento por supuesto se traduce en unos consumos bastante elevados cuando nos excedimos con el pie derecho. Aunque no creo que le importe demasiado al perfil de comprador de este vehículo, más allá de la limitación de autonomía que eso supone. Por ello, se agradece el sistema de desconexión de cilindros, que permite aumentar notablemente la autonomía y bajar los consumos cuando pasamos a circular a un ritmo relajado.

 

Una pausa para admirar su grandeza interior

Tras un bello tramo de curvas en el que el W12 me ha sacado una buena sonrisa de oreja a oreja, llego a Romanyà de la Selva, un pequeño pueblo lleno de encanto y paz situado a pocos kilómetros de la costa, pero rodeado de una paz especial. Allí, por fin, puedo parar el Flying Spur sin sentirme observado. Hora de admirar detenidamente los detalles interiores. Los materiales nobles son la norma, pero más allá de esto, los tapizados con forma de rombo, así como los acabados de un sinfín de elementos con este mismo patrón geométrico tan propio de Mulliner, lo inunda prácticamente todo.

El formato de asientos es de 2 + 2. Sí, estamos ante un 4 plazas; los dos asientos traseros son en realidad comodísimas butacas totalmente regulables que también ofrecen opción de masaje. Los reposacabezas acolchados con el logo Mulliner bordado ofrecen un confort extra. Mientras que los asientos delanteros, tienen en su parte posterior una elegante mesa desplegable automáticamente que convierte la parte trasera del Flying Spur en un verdadero despacho para trabajar, o para relajarse tomando una copa de Macallan 18 años mientras lees el periódico.

Una pequeña Tablet en la consola central trasera ofrece acceso a distintos parámetros del vehículo como la climatización o el modo de masaje del asiento. Por otro lado, si la luz del sol te molesta demasiado, siempre puedes accionar las cortinillas automáticas para ventanas y techo solar. Aunque este coche se disfrute mucho conduciendo se trata de un modelo claramente dirigido a propietarios que prefieren los asientos traseros, dejando las tareas de conducción al chófer de turno. En efecto la parte posterior del habitáculo es primera clase superior, si es que ese concepto existe.

 

Arte en movimiento

El Flying Spur es un sedán absolutamente brillante. No hace falta destacar sus modos de conducción, ni su pantalla central giratoria que da paso a los relojes analógicos, ni tantos otros detalles que ofrece “cualquier” vehículo salido de Crewe. Todo eso ya lo conocemos de pruebas como la del Flying Spur Hybrid que probamos recientemente prueba del Flying Spur Hybrid. Pero los detalles… Los detalles son los que marcan la diferencia. Cada pequeño elemento, cada rincón del vehículo: todo es de una exquisitez difícil de igualar, sólo al gusto de los clientes más exigentes, los auténticos gurús del refinamiento. Detalles con un nivel de acabado fruto del trabajo de los mejores artesanos, hombres y mujeres que en muchos casos llevan toda su vida laboral y sus conocimientos entregados a Mulliner. Artesanos de los de antes que aplican todo su savoir faire para trasladar tener la perfección como estandarte.

 

Una exclusividad que va mucho más allá del próximo vehículo

Puede parecer una exageración, pero decir que la exclusividad de un Bentley Mulliner traspasa los límites de su propia carrocería no es a menudo una descripción de la realidad. Su presencia deja huella y es capaz de abrir puertas por sí mismo. Se trata de un fenómeno que no tardo en comprobar rápidamente a la hora de comer: Para no desentonar con el carácter elitista de este Flying Spur, aprovecho la ocasión para dirigirme a un exclusivo restaurante situado en un puerto deportivo de la Costa Brava. No tengo reserva, y tampoco parece que haya sitio en el parking. No obstante, nada más llegar con el Flying Spur Mulliner -que lleva matrícula inglesa-, me habilitan un espacio especial para aparcar en la propia puerta del restaurante, sin esperas. Sin problemas. Por cierto, por supuesto que también hay sitio para comer, en la terraza y con vistas sobre el mar. ¿Será el efecto Mulliner? Quien sabe, aunque la sensación es que, en cierto modo, la exclusividad de tan especial vehículo se extiende mucho más allá de la propia carrocería y es capaz de abrir alguna que otra puerta.

 

Sea de una forma u de otra, y con mi filosofía habitual de que me quiten lo bailado, al placer de conducir el Flying Spur W12 Mulliner por un día le sumaré el degustar una fantástica paella de marisco con la mejor gamba de Palamós y un buen vino de l’Empordà, antes de volver a Barcelona. Un placer me lo puedo permitir, otro no, pero hoy disfruto de ambos. No por necesidad por supuesto, pero sí por gusto; y es que cualquiera podría conformarse comiendo una paella convencional, o conduciendo un simple Bentley. Pero cuando se puede acceder lo mejor de lo mejor, como es una paella con la mejor gamba del mundo o un Bentley con acabado Mulliner, conformarse con menos es tontería.  Al fin y al cabo, no nos llevaremos ni lo uno ni lo otro a la tumba, pero que nos quiten lo bailado.

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