Audi Sport Quattro: corazón y cabeza. 40 años de historia
Tiene cuarenta años, pero parece no haber transcurrido el tiempo cuando un coche te emociona. Afortunada de haberme puesto al volante de una de las 214 unidades que se fabricaron. ¿Será cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor?
La vida te sorprende. A veces el trabajo también. Algo así me ocurrió con este coche, o mejor dicho “el coche”. Acostumbrada a probar las últimas novedades del mercado, lo último que me podía esperar es que me citasen para conducir un Audi Sport Quattro.
Y es que lejos de tener que indagar previamente en Google sobre qué era, simplemente dediqué unos minutos a ser consciente de lo que iba a conducir. Un adjetivo suelto como “icónico” se le queda corto y es que en mi casa mi padre ya se había encargado de que desde pequeña conociese muy bien este cacharro -en el sentido más figurado-.
Pero antes de contaros cómo fue tras pisar el embrague y engranar la primera marcha, conviene recordar que este coche llegó como una evolución del Audi Quattro -el tipo de tracción que popularizó tanto a la marca- y que fue concebido para competición. Pasó a la historia también por ello, gracias a pilotos como Stig Blomqvist -a quien tuve el honor de conocer-.
Audi, historia de la competición
En aquella época Audi resultaba imparable en competición y el resto de fabricantes seguían sus pasos. Para poder homologar el coche para el Grupo B de los rallyes tuvieron que fabricar algunas unidades para calle. Finalmente fueron 214 unidades, cuyo precio era de más de 200.000 marcos alemanes, o lo que es lo mismo, el equivalente a dos y medio Mercedes Clase S. Casi nada… y lo mejor (o lo peor) es que su cotización actual puede llegar al millón de euros en función del estado del vehículo.
Bajo su capó se encontraba un motor turbo de 2.2 litros y cinco cilindros con el que llegaba a tener 306 caballos de potencia. Se convirtió en el coche más potente de producción de Alemania y además destacaba por su buenísima relación de caballos y peso (1.300 kg). Además, era capaz de llegar a los 250 km/h de máxima.
Mi oficina de hoy
Y llegó el día. Recién sacadas del mismísimo museo que tiene Audi Tradition en Ingolstadt, allí estaban cuatro de las unidades, y cada una de un color. Más relucientes incluso que el primer día. Es hora de subirme, acomodarme el asiento y girar la llave -actualmente ya no lo hacemos en ninguno- para oír el motor y trasladarme por unas horas cuarenta años atrás.
Me toca la unidad en verde Malaquita, aunque tenemos los cuatro que se comercializaron entre los que elegir. Hubo una excepción y es que se fabricaron dos en negro para el que fue presidente de la compañía por aquel entonces, Ferdinand Piëch.
Espejos regulables a mano, un embrague casi igual de largo que mi tibia, una divertida caja manual, ventanillas con manivela… Podría quejarme, pero me resulta emocionante desde que arranco el coche. Empieza la ruta por sinuosas carreteras alemanas y el cuadro de revoluciones comienza a subir, a la vez que el motor va emitiendo sonidos que resultan adictivos. Este coche es perfecto, no solo corría sino que era totalmente práctico para cualquier día.
Casi todo el trayecto con un pie en el embrague, una mano en la palanca y otra en el volante, y es que aquellas direcciones sí que eran duras. No lleva ni un tercio de la seguridad de los coches de ahora y sin embargo su comportamiento es excelente, cero sustos y mucha diversión. No quiero que esto termine, a no ser que lo siguiente fuese ir de copiloto en la unidad de rallyes. Y así fue, sonrisa de oreja a oreja, pasando un poquito de calor en el habitáculo y “apestando” a gasolina. Esta desarrollaba 420 caballos y encima, su peso disminuyó hasta los 1.050 kilos.
Una de las experiencias y pruebas del año, a ver cómo se supera esto… y es que ha sobrado corazón y he necesitado cabeza. Que nunca nos falten marcas como Audi y que nunca dejen de sorprendernos tan gratamente.