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Michael Schumacher, el elegido que cambió el rumbo de la Fórmula 1

Puede parecer ridículo ahora, pero nadie habló de Michael Schumacher en la víspera de su debut en el Gran Premio en 1991. Bertrand Gachot era el único nombre en los labios de la gente; que había sido encarcelado tras un altercado con un taxista de Londres. Nuestro protagonista era un tímido joven de 22 años que había ganado la fórmula alemana del año anterior como miembro del equipo Junior de Mercedes, pero pocas personas fuera de Alemania sabían lo bueno que era. Las actitudes hacia Schumacher estaban a punto de cambiar de forma irrevocable y, a su vez, la fórmula 1 nunca volvería a ser la misma.

En el Gran Premio de Bélgica de 1991, Schumacher salió en silencio a la pista en el Jordan 191. En su segunda vuelta lanzada de Spa, una circuito en el que nunca había corrido, tomó el temible Eau Rouge a fondo. Para poner esto en perspectiva, su compañero de equipo Andrea de Cesaris logró la hazaña una vez durante todo el fin de semana. Schumacher se clasificó séptimo para la carrera pero un problema con el embrague le hizo abandonar en la primera vuelta. Bernie Ecclestone lo quería en un equipo de primera y facilitó un cambio inmediato a Benetton, para quien Michael terminó en quinto rcar19_lugar en la siguiente carrera, en Italia.

En el espacio de dos semanas, Schumacher había pasado a ser una de las estrellas más rentables de la F1 y se había convertido en una sensación en su Alemania natal. Fue maná del cielo para Ecclestone. “Nosotros lo necesitábamos”, decía Bernie, “era rápido, era joven y era alemán, cumplía todos los requisitos”. Tal era la autoconfianza de Schumacher, que estaba dispuesto a irritar a algunas personas desde el primer momento. Después del Gran Premio de Brasil 1992 acusó a Ayrton Senna de “jugar” con él durante la carrera, y el piloto brasileño se enfadó aún más cuando le bloqueó durante una sesión de pruebas en Hockenheim, a finales de año. Lo que parecía un incidente bastante trivial dio lugar a que Senna agarrase a Schumacher por el cuello.

Schumacher se dio cuenta antes que nadie de que había una correlación directa entre la condición física y el rendimiento en la pista. Cuando Michael hizo su debut en la F1, tenía una frecuencia cardíaca en reposo de alrededor de 40 latidos por minuto –el promedio está entre 60 y 100–, y en términos de índice de masa corporal estaba en mejor forma que cualquier otro piloto de la parrilla. Otros conductores estaban en forma, pero no eran tan meticulosos en su preparación. Schumacher había subido el listón: iba en bicicleta, corría, nadaba, levantaba pesas y cuidaba su dieta. Eso no quiere decir que viviese como un monje porque disfrutaba de las celebraciones, pero siempre era el primero en el gimnasio a la mañana siguiente.

“El físico de Michael era un grano en el culo”, afirma Gerhard Berger. “Estábamos todos bastante en forma, porque entonces teníamos que estarlo. Los coches eran pesados; no tenían dirección asistida y tenían cajas de cambios manuales. De repente todos tuvimos que entrenar mucho más por su culpa. Se puede imaginar lo que pensaba acerca de eso”.

VERDADEROS ATLETAS

 

Gracias a Schumacher, el gimnasio se convirtió en otro medidor del valor de un conductor. Con independencia de la conducción y el talento, los pilotos ya no serían tomados en serio si no estaban muy en forma. El físico era la manera más tangible en la que Schumacher cambió la F1 para siempre, pero dejó su huella en muchos otros aspectos. Él entendió que necesitaba rodearse de las mejores personas si quería ganar y, después de haber comprobado que los ingredientes mágicos en Benetton eran Ross Brawn y Rory Byrne, los mantuvo a su lado durante toda su carrera. Se fueron con él a Ferrari en 1996, y fue Brawn quien le sacó de su retiro en 2010. Sin embargo, Michael era brillante en la atención a todos los miembros del equipo.

Se sabía el nombre de todos, se acordaba del cumpleaños de la gente, incluso de los de sus esposas, y estos pequeños gestos creaban una lealtad inquebrantable entre Schumacher y los que le rodeaban. “Michael era algo más que un piloto muy impresionante”, nos cuenta el jefe técnico de Ferrari, James Allison. “Es una persona increíblemente impresionante. Cuando trabajé con él, ponía gran énfasis en el equipo. No estoy diciendo que no tuviera ego, pero lo que el equipo hacía era importante para él y eso es inusual en un piloto de su calibre”.

Hasta que Schumacher no introdujo la idea de la fidelidad entre un piloto y sus ingenieros, la lealtad de un técnico había sido predominantemente para su equipo. Tras él, era una práctica común para un ingeniero seguir a un piloto. Cuando Schumacher cambió de Benetton a Ferrari en 1996, no solo era el mejor piloto de F1, tenía el poder de traerse a Brawn y Byrne con él. Ese fue el polvo de oro para la Scuderia, que no había ganado el título de pilotos desde 1979, y dio lugar a un Schumacher con un salario récord de 76 millones de euros al año. Con el gran sueldo llegó una gran presión, y es entonces cuando las tonterías de Michael en la pista comenzaron a sobrepasar la línea de lo aceptable.

 

Él ya había tenido una colisión polémica con Damon Hill en el cierre del campeonato de 1994 en Adelaide. Pero en Jerez, en 1997 llegó un nuevo choque decisivo por el título. Jacques Villeneuve fue prácticamente sacado de la carrera cuando Schumacher se acercó a él en las últimas vueltas. Schumacher fue vilipendiado por el choque, sin embargo, parecía inmune a la reacción negativa del público. Mantuvo que Jacques le había utilizado como un freno y él no parecía estar preocupado de que la FIA lo inhabilitara para la clasificación del campeonato del mundo. Pero, se podría argumentar que Ayrton Senna fue igualmente implacable en la pista, por lo que Schumacher no era el único culpable de un cambio en las normas de conducción. Pero Ayrton no exigía un tratamiento preferencial dentro de su propio equipo. Schumacher, por otra parte, siempre buscó la ventaja.

EL PRIMER PILOTO

Michael consiguió el primer uso del coche de reserva y las mejoras de desarrollo, y exigió que sus compañeros de equipo le ayudaran a ganar en cada vuelta. Nadie en Ferrari admitió este favoritismo, hasta que ellos mismos se descubrieron en el Gran Premio de Austria de 2002. Al líder de la carrera, Rubens Barrichello, se le pidió que diese la victoria a Schumacher. Al salir de la última curva y con la vista de la bandera a cuadros cedió la posición. La reacción fue enorme, pero Schumacher, una vez más, mostró poco remordimiento. “Es necesario para maximizar nuestras oportunidades”, dijo.
Y luego vino la calificación en el Gran Premio de Mónaco, en 2006. Este fue el punto más bajo de la carrera de Schumacher. No tenía ninguna excusa. Después de marcar el mejor tiempo en la calificación, se chocó deliberadamente con el fin de evitar que su rival por el título, Fernando Alonso, lograra quitarle el primer puesto. Lo nunca visto.

Schumacher fue realmente brillante y rápido, además de consistente, como nunca antes lo habíamos visto en la historia de este deporte. Sus 7 títulos mundiales y 91 victorias son prueba de ello. Pero al igual que muchos grandes no sabía dónde parar. Ganar lo significaba todo para él, y le daba igual cómo conseguirlo. Veinticinco años después de su debut, Michael continúa luchando por la vida después de su accidente de esquí en 2013, y ahora no hay peligro de que la gente no hable de él, del mismo modo que no hay peligro de que la F1 olvide su legado.

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