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Asistimos a las 24 horas de Le Mans 2017 con Chopard y Porsche

Llegó el día, una fecha marcada a fuego en la mente de aquellos apasionados por la competición; existen muchas disciplinas del automovilismo pero pocas son tan especiales como las 24 Horas de Le Mans. Te preguntarás, ¿qué tiene de especial esta aclamada carrera de resistencia? Pues la respuesta sería que la carrera en sí puede ser más o menos entretenida, pero es la pasión por el automovilismo que se puede respirar en el ambiente lo que la hace una experiencia única.

Un conocido no hace mucho me dijo que “todo aquel apasionado del motor tiene que ir al menos una vez en su vida a Le Mans”; ahora entiendo el mensaje escondido tras esas palabras. Sumergirte en Le Mans es como adentrarse en una gran corriente de sentimientos y de entusiasmo que contagia a todo aquel que interfiera en sus aguas. La posibilidad de ver en directo a varias de las máquinas más sofisticadas del planeta sobrecoge a cualquier persona.

Primer día, calentando motores

Pocas veces en mi vida me he privado de sueño, pero la ocasión lo merecía; parece una locura pero cuando sientes pasión por algo se te olvida comer y dormir, aprovechas cada segundo como si fuera el último para evitar que cualquier momento pase desapercibido y se pierda en el tiempo. Nos esperaban dos días frenéticos en los que un maremágnum de experiencias sacudiría nuestra cabeza y que dejarían una huella difícil de borrar.

Nuestra primera parada del día era el helipuerto de París, lugar en el que nos esperaba nuestra primera montura que nos llevaría cabalgando hasta un lugar emblemático donde este año se celebra la 85º edición de las 24 Horas de Le Mans. Hablamos, como no, del Circuito de la Sarthe, en la localidad de Le Mans.

Tras sobrevolar varios pueblos de los alrededores de París, aterrizamos en el aeropuerto de Le Mans, que se encuentra dentro del mismo circuito; ya nada más contemplar que el circuito tiene su propio aeropuerto te hace recordar que estás pisando una tierra de gran peregrinación. Nosotros asistimos a este evento también con motivo de la presentación del nuevo reloj Superfast Power Control Porsche 919 HF Edition de la prestigiosa marca de relojes Chopard, una edición especial deportiva inspirada en el mítico ex piloto de Fórmula 1 y varias veces campeón de las 24 Horas de Le Mans Jacky Ickx (con el que pudimos hablar).

La entrada del circuito estaba repleta de miles y miles de personas, según me dijo uno de la organización iban a asistir cerca de 260.000 personas (aunque no es el año en el que más aficionados hayan asistido). No sé si es tu caso, pero es difícil encontrar gente que sienta verdadera pasión por el automovilismo, y allí podías ver ese sentimiento en cada una de las miradas de los asistentes, desde los más pequeños hasta los más grandes; desde padres que llevan a sus hijos –la entrada para los menores de 16 años es gratuita– para mostrarles aquello por lo que sienten profunda admiración hasta amigos que se reúnen para vivir una nueva experiencia e inmortalizar cada momento.

Una vez dentro vemos que no solamente el circuito en sí es gigantesco (más de 13 kilómetros de trazado repleto de curvas y chicanes), sino que las instalaciones tienen unas dimensiones proporcionales a las del circuito. Se dividía en varias zonas en las que –según tu tipo de entrada y/o acreditación– podías acceder o no. En nuestro caso fuimos con Chopard, uno de los sponsor principales de Porsche, lo que nos bastó para adentrarnos hasta las entrañas del hospitality del equipo alemán. Dentro del mismo era como pertenecer a una gran familia automovilística, un trato muy cercano, cordial y atento que te hacía sentir como en casa. Dentro de las instalaciones de Porsche tuvimos la ocasión de ver a las principales estrellas del LMP1 y GTE que todos veíamos en nuestras televisiones pero que en esta ocasión nos tocaba compartir un mismo tejado.

Choca mucho que estés comiendo en una mesa y en la del lado tengas a Mark Webber tomando un tentempié mientras conversa con los ingenieros, o al mismísimo Jacky Ickx en persona tomando tranquilamente un café mientras no aparta su mirada de las televisiones que el equipo había instalado para no perder ni un solo momento de lo que acontecía en la pista. Tras la comida llegaba el momento del Grid Walk; periodo en el que los equipos saltaban a la pista con sus coches y abrían las puertas para todos aquellos que poseían las pulseras naranjas acreditativas.

Sin esperártelo te encontrabas dentro de la parrilla de salida al lado de los coches que a los pocos minutos medirían sus fuerzas en marcha. Allí podías encontrarte a cualquier celebridad del automovilismo que se te ocurra –eso si eras capaz de zigzaguear entre el increíble más de gente que se encontraba en pista–. No te sabría decir el número de las personas que logramos posar nuestros pies sobre el asfalto de Le Mans, pero apenas podías dar un paso sin que tuvieras que realizar una finta para evitar ser golpeado por cámaras de televisión o por los cientos y cientos de personas que caminaban a tu lado.

Teníamos poco más de 30 minutos dentro de la pista y estaban a punto de acabar; comenzaban a sonar los silbatos de los comisarios que avisaban del inminente cierre de puertas para todo aquel que no fuera piloto de un equipo o miembro del mismo. Si era una hazaña adentrarse dentro, salir de aquella zona tampoco fue fácil. Literalmente mucha gente era empujada a abandonar la zona, apurando hasta los últimos segundos cerca de sus ídolos.

Una vez fuera de la parrilla de salida fuimos directos a ocupar nuestros asientos para ser testigos de la 85º edición de las 24 Horas de Le Mans. Pudimos contemplar el comienzo de la carrera desde una ubicación estupenda; justo en la recta de meta resguardados del infernable calor que caía sobre el trazado francés. Miraba para un lado y para otro, todos con las mismas caras expectantes; los niños y los no tan niños con una sonrisa de oreja a oreja esperando con anhelo que comenzaran a latir los corazones de las bestias que descantaban a los lados de la recta principal.

Con el rugido de los motores el público comenzó  a emocionarse. Las pulsaciones por las nubes mientras nuestros ojos se deleitaban con una vista privilegiada y con una “música” de fondo que erizaba el vello. Un periodista inglés que se sentó a mi lado me comentó: “tienes que ponerte los tapones para los oídos, aquí en la recta de meta el sonido es ensordecedor”. Medité por un momento y me dirigí a él diciendo: “¿qué sentido tiene desplazarte a Le Mans si no es para sentir como el sonido procedente de lo más profundo de cada uno de los coches invada tu cabeza? En las discotecas tenemos música mucho más molesta que esta y no veo a nadie con tapones”. ¿Su respuesta? Asintió con la cabeza.

Los diferentes coches comenzaban a calentar sus motores y neumáticos con la vuelta de reconocimiento mientras la euforia procedente de los aficionados comenzaba a crecer. Cada coche con un sonido único, es como si cada uno de ellos hablaran una misma lengua común pero con diferentes acentos. Algunos acentos como el italiano o el francés nos parecen más atractivos que otros; algo así ocurre con los coches. Uno por encima de todos sobresalía entre sus rivales; el sonido celestial del Porsche 911 RSR sería el equivalente al acento italiano o francés. Un sonido perforante y lineal que hacía retumbar tu pecho cada vez que se acercaba el deportivo alemán y  te hacía apretar los dientes y soltar alguna que otra palabra mal sonante durante los primeras veces que escuchabas su compás.

Tras la vuelta de calentamiento daba comienzo la 85º edición de las 24 horas de Le Mans 2017, exactamente a las 15:00 del sábado 17 de junio. Tras estar más de 1 hora contemplando como balas sobre cuatro ruedas pasaban inexorablemente por la recta de meta, fuimos de nuevo al helipuerto para realizar uno de los tours en helicóptero alrededor del circuito.

Si hablábamos de vista privilegiada al comienzo de la carrera, ahora nos deparaba una visión muy diferente a la que estamos acostumbrados a ver una carrera. Dimos una vuelta entera al circuito a lomos de uno de los helicópteros que estaban en el circuito; una visión del circuito de Sarthe que es difícil de igualar (a no ser que sea dentro de uno de los LMP1). Tras el tour tuvimos la presentación del nuevo reloj de Chopard, de la mano de André Loretter, el presidente de Chopard y del ex piloto Jacky Ickx.

La tarde transcurrió de un lugar a otro del circuito en el que también tuvimos la oportunidad de asistir al Porsche Experience –donde encontramos al coche ganador de las 24 Horas de Le Mans en 2016– y a las curvas Porsche. Tuvimos la ocasión de probar también algunos simuladores del circuito en los que podíamos conducir al LMP1 de Porsche por el trazado francés. Además, tuvimos un tour por el garaje del equipo alemán en el que pudimos ver las entrañas de equipo y contemplar cómo trabajaban a destajo para mantener la situación bajo control.

Sin embargo, como me comentó un ingeniero de Porsche durante la comida, el problema no es que se haga mal el trabajo o no, ya estos equipos trabajan duro durante muchísimo tiempo para llegar a la carrera de Le Mans y todo está en el sitio que tiene que estar –y más en un equipo alemán, caracterizados por su eficiencia y organización en el trabajo–; sino que, a pesar de ello, es una carrera muy larga y puede pasar cualquier cosa. Todo puede cambiar en un segundo.

Antes de que nos diéramos cuenta la cayó la noche. En este punto la carrera adquiere una nueva identidad; el bramido de los coches se abre paso a través de la oscuridad mientras la mirada de cada uno de los coches ilumina el sendero; cuando unas luces se apagan, otras se encienden como las de la famosa noria del circuito junto con los fuegos artificiales que iluminaban brevemente el cielo estrellado. También fuimos a visitar a los creadores del Bóreas; un nuevo superdeportivo que tuvimos la ocasión de, hace unas semanas, conocer su historia y charlar con su creador, David Sancho Domingo.

Segundo día, la lucha contra el tiempo

Durante la madrugada estuvimos en las curvas de Porsche, justo donde el Toyota número 9 de Kobayashi decía adiós tras completar 13 horas en el trazado alemán. Con una gran pantalla informando de lo que acontecía en otra parte del circuito, muchos aficionados se reunían con sus hamacas lo más cerca del circuito posible para no perderse ni un detalle de la fugaz pasada de los coches. Veinte minutos después otro Toyota pinchaba, teniendo que retirarse, lo que dejaba la carrera muy a favor de Porsche.

Toca desayunar y nos desplazamos al hospitality de Porsche donde hablamos con staff del equipo. Es sorprendente como todo el mundo mantiene la calma ante semejante presión que descansa sobre sus hombros. Muchos de ellos salían y entraban con nuevas noticias sobre el estado del único coche del LMP1 de Porsche que se mantenía en pista. Uno de ellos, Mark Webber conversaba con los distintos ingenieros en el hospitality sobre los problemas que ocurrieron con el coche de Loretter.

A lo largo de la mañana pudimos hacer diferentes actividades entre las que se encontraba un tour explicativo sobre las diferentes secciones de los boxes del equipo alemán, destacando ciertas anécdotas como el reducido peso de las partes que cubren el motor, morro y trasera (cada una con un peso no superior a los 20 kg). Ya quedaban pocas horas para finalizar la carrera y pasamos por última vez por el Hospitality para recobrar algo de fuerzas con un almuerzo.

Tras la emoción de las últimas vueltas, con una remontada épica del Porsche con dorsal número 2, que finalmente consiguió la victoria, salimos disparados camino a los boxes del equipo alemán para felicitar en persona a cada uno de ellos y, además, salir con el equipo por el pit lane de camino al podio. Allí pudimos ver la entrega de premios y al coche ganador, que se encontraba descansando bajo el sol tras la larga carrera que acababa de finalizar. El equipo exhausto por el esfuerzo pero feliz tras proclamarse campeones de la 85º edición de las 24 Horas de Le Mans.

Ya había acabado, es increíble como en 24 horas puede pasar muchas cosas sin que seas consciente en un principio. Sin embargo es algo curioso, al llegar al aeropuerto de París mi cuerpo parece que se había adaptado a los sonidos del circuito, ya que en la puerta de embarque me parecía oír de lejos el paso por curva de cada uno de los coches, con mención especial al 911 RSR que me enamoró solo son su sonido.

Hace solamente un año miraba atentamente las 24 Horas de Le Mans detrás de una pantalla de ordenador, soñando con algún día poder sumergirme en un lugar tan mágico como este. Un año más tarde he sido tremendamente afortunado y he podido contemplar con mis propios ojos, palpar con mis manos y sentir con mi corazón la tremenda pasión que se siente por este deporte. Uno de los mejores días de mi vida.

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