El Cadillac solitario de Loquillo y Sabino
¿Era un Eldorado? ¿Un De Ville? ¿Un Fleetwood? Curiosamente el Cadillac más conocido en España no es un modelo real, sino el que imaginó Sabino Méndez para la canción que Loquillo hizo inmortal. Nos reunimos con el músico y escritor barcelonés cuarenta años después del lanzamiento de “Cadillac Solitario”
Llevo mucho tiempo trabajando en Car y, como obseso del automóvil, he disfrutado con ello casi todos los días. Pero, aun así, para mí este es un reportaje especial. Y es que la música compuesta por Sabino Méndez (Barcelona, 1961) con sus coches, sus chicas y otros vicios, ha sido la banda sonora de mi vida. Sabino formó su primer grupo de rock con dieciséis años y a los 19 registró su primera grabación junto a José María Sainz “Loquillo” (Barcelona 1960). Juntos formarían Loquillo y Los Intocables. En 1982 se unieron a ellos tres brillantes músicos de Vic, dando lugar a Loquillo y los Trogloditas. Compositor, productor y guitarrista, Sabino Méndez abandonó el grupo en 1989 para estudiar Filología Hispánica.
En casi todas las grandes bandas de rock se han reunido dos talentos principales, como Jagger y Richards en los Stones o los hermanos Gallagher en Oasis, tan de actualidad estos días. La unión de las canciones de Sabino con la actitud y la voz de Loquillo durante los locos años 80, dio lugar a muchas canciones que ya forman parte de la cultura popular, y una de las mejores fue “Cadillac Solitario”. Este tema se publicó en el LP de Loquillo y Trogloditas, llamado “El ritmo del garaje”, en 1983. Siempre he admirado a Sabino y los cuarenta años de su mítica canción (en realidad 41) me parecieron una excusa perfecta para entrevistarle.
Un amigo periodista me pasa su contacto y quedo con Sabino en una terraza de Sitges, donde reside. Por whatsapp parece cercano y cordial. Llego un poco antes y, puntual, aparece un motorista con cazadora de cuero negro en una Triumph. De primeras el músico no responde al tópico de rockero de turbio pasado, que está o pretende estar de vuelta de todo. Su imagen corresponde con lo que es, un intelectual del mundo audiovisual, muy educado y con una inteligencia afilada. Le encantan las motos y los coches y pronto vamos al grano.
“Cadillac Solitario” es una canción de hace cuatro décadas que sigue sonando en la radio y en los bares y no se percibe como antigua o de otra época… supongo que es un orgullo para ti.
Sí claro, y además no me ha pasado solo con Cadillac Solitario. Hay compositores que han hecho una canción de éxito, y yo he tenido la suerte de haber compuesto varias: Rock n’roll star, Cadillac Solitario, La mataré, El ritmo del garaje, El rompeolas, Quiero un camión… canciones que digamos han saltado de generación en generación, que hablan sobre temas que no pasan de moda. Y es divertido porque muchas veces estás en su sitio, no te conocen, está sonando la canción y piensas, no saben que la he hecho yo... La más curiosa en una versión de El ritmo del garaje que escuché en Perú, en una fiesta callejera, de una charanga de barrio…
Si cobras cada vez que suena una de tus canciones en un bar no te irá mal… ¿recibes ingresos por derechos de autor?
Sí, el éxito de esas canciones es lo que me ha permitido escribir libros. Yo lo que quería era ser escritor, montamos un grupo entre amiguetes no para ser músicos profesionales, sino para pasárnoslo bien. Era muy típico de finales de los 70 y principios de los 80. En 2000 escribí “Corre Rocker” (crónica personal de los 80) que han reeditado ahora. Luego publiqué “Limusinas y estrellas” (2003), “Hotel Tierra” (2006), “Historia del hambre y la sed (2007) y “Literatura universal” (2017). Lo que pasa es que son libros bastante literarios, y sabía que eso no iba a vender. En todo caso tengo 62 años y me parece un prodigio que haya podido vivir de la escritura. He escrito de todo: guiones para la radio, artículos en la prensa (actualmente es columnista del diario La Razón), canciones, etc. [desde 2020 es también vicepresidente de la SGAE].
Le cuento que una vez conocí a una chica barcelonesa en Madrid y, la primera vez que fui a pasar un fin de semana con ella, le pedí que me llevara el Merbeyé, el local que cita Loquillo en “Cadillac Solitario”. Está en la ladera del Tibidabo y desde allí se ve toda Barcelona y el mar, como en las películas americanas en las que se divisa Los Ángeles desde Mulholand Drive. ¿Recuerdas en que momento, en que circunstancias compusiste esa canción? Sí hombre, recuerdo la época. El día y el mes concreto no, pero recuerdo que era el año 83, estábamos componiendo nuestro segundo disco con Loquillo, y queríamos hacer un disco muy barcelonés, que hablara de los escenarios de aquella época y los movimientos que había de gente joven.
Entonces en aquel momento había tres canciones que nos gustaban mucho: por un lado, “Brand new Cadillac”, de los Clash, que era una versión, originalmente era de Vince Taylor. Otra de Mink De Ville que se llamaba “Cadillac Walk”, y otra de Bruce Springsteen. Ese año lo fuimos a ver Loquillo y yo, como dos chavalitos. Entonces había sacado solo tres discos y era menos conocido que ahora. El tercer disco (The River) incluía la canción “Cadillac ranch”. Así que quisimos hacer una canción con una temática similar. En Barcelona estaba la Carretera de las Aguas, donde iban las parejas con el coche por la noche y lo aparcaban mirando hacia el mar. Recuerdo haber estado allí con chicas pero claro, los coches eran 600, Renault 5, etc. Entonces había una galería de arte que se llamaba Metrónom, donde hicieron una exposición de Cadillacs antiguos combinada con obras de arte. Te podías subir en ellos, y nos llamaron mucho la atención. Así que en la canción mezclé lo de las parejas en el mirador en la ladera del Tibidabo, frente al Merbeyé, y el Cadillac.
En Car tenemos muy claro que Barcelona tiene gasolina en su ADN, por mucho que los recientes alcaldes se lo pongan cada vez más difícil a los conductores. El GP de España se corría por la Diagonal, parte del circuito de Pedralbes. Más tarde el GP se disputaba por Montjuic, montaña que dio nombre a la mítica escudería de los 70. Fue en aquellos años cuando Sabino vivió su infancia y adolescencia en las calles del barrio de Horta, perfumadas por los motores de las motos de dos tiempos. Nuestro protagonista tiene muchos recuerdos del circuito de Montjuic, en el que sabía como colarse. “Era un trazado precioso que daba la vuelta a toda la montaña, y recuerdo el accidente de Stommelen (1975). Vi salir volando su alerón pero no vi el accidente. Tenía una amiga cuyo padre era bombero y cuando se enteró que había muerto un bombero (hubo cuatro fallecidos), se desmayó. Luego se enteró de que afortunadamente no fue su padre. Una curiosidad es que el primer día que ensayamos junto con los trogloditas, por la noche nos fuimos a Montjuic y nos colamos, porque se corrían allí todavía las 24 Horas”.
¿Cómo nació tu pasión por el motor y el rock?
Mi abuelo era chófer y mecánico, y yo a veces le ayudaba. Pero lo que me gustaba de verdad cuando era un chaval eran las motos, iba loco por las Montesa, Ossa, Bultaco, era la época dorada de esas marcas. Y creo que a mi me gustó el rock porque tiene un sonido parecido a una moto cuando acelera, como la guitarra saturada, esa sensación de potencia. Por entonces no tenía dinero, y luego ya no me las he comprado. Las clásicas me gustan pero hay que estar muy encima. La Triumph Bonneville T100 Sixty que tengo me encanta, es una réplica de la moto del 63 pero con inyección electrónica, frenos de disco, etc.
Es como una Impala que frena y corre (se ríe). Cuando le dije esto a mi amigo Alberto García Alix (el célebre fotógrafo) me dijo, “lo has clavao Sabino”. Durante un tiempo colaboré con la revista “Motociclismo” y tuve mucho contacto con ellos. Incluso en el 97 montamos un equipo con una Suzuki GSX-R para las 24H de Montmeló. Yo no corría, era el de pizarra. Hace poco una amiga me preguntaba porqué me gustaban tanto los coches y las motos. Y creo que me salió una explicación teórica bastante buena: mira Johana, yo creo que en nuestra vida disponemos de un tiempo, sabemos que moriremos. Entonces, los coches y las motos me permiten ganar la batalla del tiempo. La máquina nos permite sacar más jugo al tiempo, ese acelerón, la velocidad, ese subidón de energía.
¿La chica de la canción, la que deja a Loquillo solo en el Cadillac (la última rubia que vino a probar, el asiento de atrás..), estaba inspirada en alguna mujer real?
Sí que pensaba en alguna, pero no era la de la canción. Igual que el 600 lo conviertes en un Cadillac, piensas en la chica con la que has tenido tus más y tus menos, y lo romantizas un poco. Haces una historia más genérica que luego es lo que funciona, porque todo el mundo ha vivido momentos de desamor o de tristeza, y por eso conectan con la canción.
De tu primera época hay más canciones donde aparecen Cadillacs, como “Cadillac” (versión de Vince Taylor), “Solo un sueño” (versión del clásico de Eddie Cochran) o “Supersonica”. ¿No te ha dado nunca por comprarte uno?
No, aunque me encantan y son coches icónicos del rock, como también lo son las Harley. Llegué a tener dos Harleys, y ahora tengo la Triumph y una Brixton 125 para pistas de tierra, que por aquí hay algunas muy buenas. Tenía una Fat Boy del 90 y era horroroso llevarla por las cuestas del Garraf, y en cambio la Triumph Bonneville es una maravilla”. Su coche de diario es un Mini Cooper Cabrio, muy adecuado para el clima de la zona: “Cuando quitas la capota, pones tu música y haces unas curvas, llegas a tu destino de buen humor”.
Nuestro protagonista también es fan del programa de la BBC “Top Gear”, que veía junto a su hijo desde que era pequeño. “Ahora tiene veintiuno y estudia en Londres, pero seguimos buscando de vez en cuando viejos capítulos. Cuando un programa triunfa tanto es porque hay química entre los que aparecen, en los grupos musicales pasa los mismo”. Y recuerda frases como: este motor es menos fiable que la erección de un jubilado (risas). “Es que Clarkson además de provocador escribe muy bien y con mucho sentido del humor, claro. Vivimos en un mundo absurdo donde ya no se pueden hacer bromas porque alguien se ofende. Esto ya existía en la época del Oeste, donde había mujeres por la templanza que querían prohibir el alcohol y tal. Claro que el rock n’ roll siempre ha sido el exceso, ligar lo más, beber lo más… La libertad es esencial en el rock, a veces incluso en exceso, porque acabas metiéndote en muchos líos…”.
A pesar de que hizo muchas locuras en su juventud, Sabino tiene un carácter reflexivo y mucho sentido del humor, de modo que pronto te hace sentir tan cómodo como si estuvieras tomando una Mahou con un colega. Ha vivido mucho, y da la sensación de que con el paso de los años no ha perdido la curiosidad y el interés por las cosas. Es uno de esos tipos que aunque tenga sesenta tacos es joven, y nos recuerda aquella frase atribuida a Picasso: “desengáñate Camilo, el que nace joven muere joven”.
Otra canción tuya “con coches” que me encanta es “Las sombras del autocine”, que aparece en vuestro tercer disco.
El mundo iconográfico del que partimos es la película “American Graffiti” (George Lucas, 1973), aquella donde se cuenta como se acaba ese mundo de carreras de coches, de los hot rods, ambientada en 1962 en California. Nosotros creamos ese código basándonos en las cosas que veíamos, y la relación entre el rock y los coches es muy fácil de entender. Los automóviles fueron la libertad, podías ir donde quisieras, cambiar de ciudad, sobre todo en Estados Unidos. Y el rock es una música, quizá a veces políticamente incorrecta, pero cuyo su objetivo es la libertad.
Mi canción favorita es “Autopista”, que grabaste muy joven, cuando estabas con Intocables. Empieza despacio y va creciendo en intensidad. Hay gente que para relajarse se va a correr, yo a veces me voy con el coche o la moto a hacer una ruta bonita. Creo que en esa canción está bien captado todo el misterio que te provoca, cuando eres joven, esa posibilidad de ir donde quieras, la libertad que te da la carretera. Y va subiendo de intensidad, como cuando sales a conducir tranquilo y te vas animando, ganando velocidad poco a poco, voy a tomar esa curva un poco más rápido...
En “El ritmo del garaje” aparece la canción “un accidente de circulación”, donde se hablas de un amigo que muere al volante.
Lo que te decía, como nos gustaba tanto toda la mítica de los 50… uno de mis coches favoritos es el Porsche 550 de James Dean y la canción tiene un tono épico, ha muerto joven pero haciendo lo que le gusta. Tenía dos amigos que murieron, uno fue Cape, en el puente de Calafell en un accidente de moto, y otro que era Manolo, que trabajaba conmigo, y que murió en coche en un adelantamiento. Escribir canciones es escribir sobre lo que ves, y recuerdo que la familia de Manolo se emocionó mucho al escuchar la canción (como un campeón, con el pie pegado al acelerador…).
Desde los años 50 ha habido muchos músicos que han muerto en la carretera y en España también. Como Eduardo Benavente, de Parálisis Permanente.
Y muchos más, Nino Bravo, Cecilia, Jesús de la Rosa, de Triana. Pero claro, es la vida que llevas. Yo por eso dejé las giras, pasamos diez años en constante viaje, te tiene que gustar. A Loquillo por ejemplo le gusta. Y las carreteras y los coches eran mucho peores que ahora. En el 86, cuando fichamos nuestro primer contrato con una multinacional, Loquillo se compró un Renault Caravelle rojo (descapotable de los 60 con motor trasero) que no hacía más que darle problemas. Conducíamos de Vic a Barcelona y a medio camino la gente que venía de frente nos echaba las luces, y era porque llevábamos ardiendo la rueda delantera izquierda… Un año después tuvimos un accidente que pudo acabar muy mal. Íbamos en la furgoneta por una comarcal, nos saltamos un stop de noche y nos golpeó un coche por un lado. Por eso me dije, “qué tranquilo se está en Sitges con el ordenador…”.
Tras una vida intensa, a Sabino ahora le gusta tomarse las cosas con calma. Antes de despedirnos le pedí que me dedicara el LP “Morir en primavera”, el mismo que compré en 1988. Lleva un ticket que marca 595 pesetas, y él considera que fue el mejor disco de la banda. El año pasado, cuarenta y tres años después de que Sabino y Loquillo asistieran a su primer concierto de Springsteen en Montjuic, les llamaron del Ayuntamiento de Barcelona para invitarles al palco a ver a Bruce. Allí estaban los dos rockers, en zona preferente junto con los respetables políticos. Así que juntos bromearon sobre cómo han cambiado las cosas y se fumaron algún cigarrito –aunque ya no fuman–, para recordar los viejos tiempos.