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Tomás Villén: 40 años, 4 marcas y 1 empresa

Nuestros lectores más fieles ya saben que en CAR nos gustan mucho los personajes. Recordamos por ejemplo al gran Eduardo Barreiros (1919-1992). Pero su historia es también la de otros compatriotas que se unieron a su proyecto. Por eso nos parece tan interesante el testimonio de Tomás Villén, (Castillo de Locubín, 1940), un trabajador que se edificó a sí mismo. Pasó una infancia llena de privaciones en un pueblo de Jaén, donde tuvo que sobrevivir sin la figura de su padre a causa de la Guerra Civil. Había que espabilarse, y con diez años tuvo que ponerse a trabajar en un almacén. Cuando contaba con 16 años, un familiar suyo se trasladó a Madrid y nuestro protagonista se fue con él a la capital.

El joven Tomás tenía ganas de prosperar, y fue en 1959 cuando ingresó en Hanomag Barreiros, la división de tractores de Barreiros Diesel. Empezó en el departamento de impresos y material de oficina, y con el fin de buscarse una profesión se matriculó en la Escuela de Publicidad. Así que tuvo que organizar bien su tiempo subido en una “mosquito”. Desde las 8 de la mañana hasta las 18 en Barreiros, luego a clase y al final del día un rato para ver a su novia Marisol, quien acabaría convirtiéndose su esposa.

Y le fue bien porque pronto estuvo al frente de la promoción de ventas del Grupo Barreiros, lo que le llevó a viajar por España y por el mundo. Poco después fue nombrado director de publicidad y promoción de ventas. “Comencé a participar en meetings en Detroit, Munich, Londres y París en las que aprendí mucho”, recuerda. Fueron los años de “Un signo externo llamado Dodge”, de “La raza de los Simca 1000” o de “Abriendo caminos con Barreiros”. Recibieron varios premios AMPE por hacer los mejores anuncios en prensa, radio, TV y vallas, incluyendo el AMPE de oro a la mejor campaña en España. También contrataron a Alfredo Amestoy, muy popular entonces, para explicar al público qué era el Grupo Barreiros. Además organizaban presentaciones de nuevos modelos con muchos medios. “El presupuesto que manejábamos era de casi 1.000 millones de pesetas”. Innovaron asimismo en los viajes de incentivos y convenciones para la red. Los aficionados a las carreras recordarán especialmente el “Desafío Simca”, la primera copa monomarca lanzada en 1975, un plan para pilotos aficionados que tuvo mucho éxito. Con los años la empresa pasó de ser Chrysler a Talbot, lo que supuso un reto al tener que dar a conocer la marca desde cero. Tras pasar la mitad de su vida profesional en publicidad y promoción de ventas, esa responsabilidad templó a Tomás Villén para nuevos desafíos en la dirección del negocio de automóviles.

Su siguiente destino, ya con Peugeot, sería la dirección regional de Madrid (responsable de la red comercial), y después la de Barcelona, en 1986, con el Peugeot 205 como fenómeno comercial. Más tarde dirigió con éxito importantes filiales de Madrid y Valencia, y dejó la empresa en 1999. Pero como no sabía estar sin hacer nada, se puso a dirigir un concesionario privado, y tras reflotarlo se hizo agricultor y compró una finca de 50 hectáreas en Toledo.

En varios pasajes el autor se muestra orgulloso de su hijo Tomás, que como él se dedicó al sector del automóvil, y que actualmente dirige Porsche Ibérica. Al final del libro el autor reflexiona sobre lo que llama milagros, “el milagro de evolucionar en orden y concierto”. Tras cuarenta años haciendo muchos kilómetros Don Tomás Villén ya se lo toma con calma: “me refugio en escribir libros, en cuidar mi huerta y en el futbol, y con mi atlético a cuestas voy por la vida”.

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