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Norman Foster. Arte en movimiento. 40 coches preferidos

En estos timpos de egos y sobreexposición mediática, se emplea el adjetivo “genio” con mucha ligereza para alabar a personajes que pasarán sin pena ni gloria. Solo un puñado de grandes hombres de hoy serán recordados con el paso de los siglos por sus obras, y entre ellos estará sin duda Sir Norman Foster (1935, Stockport, Inglaterra). Entre sus trabajos destacan la reconstrucción de la cúpula del Reichstag, el aeropuerto internacional de Pekín o numerosas construcciones en Londres como el Millennium Bridge, el rascacielos The Gherkin o el nuevo estadio de Wembley.

Por todo ello en 1999, la Reina Isabel II le concedió el título de Lord Foster de Thames Bank. El trabajo de Foster interesará incluso a los adictos a las pantallas y las redes sociales poco familiarizados con el arte. Porque un día le llamó un tipo y le dijo: “Hola Norman, soy Steve. Necesito tu ayuda”. Esta llamada hizo posible el complejo de oficinas más espectacular del mundo: el Apple Park. Es la sede de Apple, el fabricante de smartphones y ordenadores con sede en Cupertino, en el californiano Silicon Valley, donde creció el fundador de la empresa, Steve Jobs. Ese inmenso edificio circular de 260.000 metros cuadrados al que llaman “la nave espacial” costó unos 5.000 millones de dólares, trabajan en él 12.000 personas y la electricidad la obtienen al 100% de energías renovables. Recordamos cómo a Steve Jobs (1955-2011) le gustaba conducir su Mercedes SL AMG sin matrícula, y los agentes locales solían hacer la vista gorda con el excéntrico empresario. Por su parte, Norman Foster siempre ha sido un enamorado de los automóviles, normal en alguien apasionado por las formas y la tecnología.

Creció en la ciudad industrial de Manchester, y recuerda que una redacción sobre una carrera en el circuito de Nürburgring le aseguró el ingreso en el instituto. Nuestro protagonista era de familia humilde y dejó la escuela a los 16 años, aceptando un trabajo municipal. En aquellos tiempos le inspiraban mucho las revistas y los libros. El semanario juvenil Eagle ofrecía una mezcla de futurismo, tecnología y arquitectura, y Foster empezó entonces a soñar con volar. En 1953 comenzó a hacer el Servicio Militar en la Royal Air Force en una estación de radar.

Con los años se sacó su primera licencia de piloto y aún hoy sigue pilotando helicópteros y reactores. Pero la inspiración para todo lo que conseguiría después se encendió en una biblioteca, donde descubre el libro de Le Corbusier Vers une architecture (Hacia una arquitectura). La Universidad de Manchester aceptó su solicitud para cursar Arquitectura y ya en el segundo semestre obtuvo su primera distinción con un audaz boceto de un molino de viento. Tras obtener su licenciatura en Arquitectura y Urbanismo en 1961, Foster fue galardonado con una Beca Henry de la Universidad de Yale, donde logró su Máster en Arquitectura.

Tiempos emocionantes

Foster se encontraba a gusto en Yale, y visionarios como Richard Buckminster Fuller o Paul Rudolph le estimularon para rendir al máximo. Fueron tiempos emocionantes, y Norman y su compañero de estudios Richard Rogers recorrieron Estados Unidos en un Volkswagen “Escarabajo”. Durante este periplo quedaron fascinados con las construcciones de Frank Lloyd Wright o Charles Eames, y la construcción modular dejó su huella en ellos. Tras finalizar sus estudios en Yale, Foster trabajó durante unos meses en San Francisco, donde se enamoró de la silueta del Porsche 356: “En California era un coche de culto. Aunque no estaba pensado para la producción en masa, siempre que llevaba mi MGA al taller había allí muchos 356. Incluso el diseñador jefe del estudio para el que trabajaba conducía uno. La forma y el concepto de este coche me maravillaron desde el primer momento”. Y décadas después, cuando le preguntan cuál es su coche favorito no duda en responder: “Los primeros Porsche”.

En 1967 fundó Foster Associates, que posteriormente se convertiría en Foster + Partners, donde prosigue su labor en calidad de presidente ejecutivo. Desde entonces las distinciones y los premios han iluminado el transcurrir de su carrera.  En 1999 se convirtió en 21º Premio Pritzker de Arquitectura, obteniendo en 2002 el Praemium Imperiale de Arquitectura en Tokio. En 2009 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en su 29ª edición, y con la Cruz del Caballero Comendador de la Orden del Mérito de la República Federal de Alemania. En 1997 es distinguido por la Reina Isabel II con la Orden del Mérito, concediéndole un título nobiliario vitalicio, el mencionado Lord Foster of Thames Bank.

Hay que destacar también que Foster tiene una relación especial con España. En 1996 se casó con la española Elena Ochoa, psicóloga, comunicadora y comisaria de arte, además de fundadora de Ivorypress, editorial especializada en libros de artistas. Tienen dos hijos, y cuando en 2017 se fundó la Norman Foster Foundation, eligieron Madrid como sede. Su fundación fomenta el pensamiento y la investigación interdisciplinar para ayudar a nuevas generaciones de arquitectos, diseñadores y urbanistas a anticiparse al futuro. La Fundación cree en “la importancia de conectar la arquitectura, el diseño, la tecnología y las artes para prestar un mejor servicio a la sociedad”.

Arquitectura con vida

Actualmente Foster tiene una de sus residencias privadas en Saint Moritz, la meca del esquí suizo, y es una construcción que parece una nave espacial que ha aterrizado. “La Chesa Futura tiene vida”, comenta su creador. Hasta 250.000 placas de madera de arce cortadas a mano conforman la fachada. Vista desde el otro lado del lago, la construcción se diluye entre los colores del paisaje alpino suizo. Chesa Futura significa “casa futura” en retorrománico, la lengua original del cantón de los grisones. Allí el británico conserva uno de sus tesoros, un Porsche 356 gris plateado de 1950 con parabrisas partido (el que aparece en la apertura del reportaje), lo que lo identifica como uno de los primeros fabricados. Y por supuesto se sabe la historia de su juguete: “Se entregó nuevo en octubre de 1950, en Hamburgo. En 1955 lo adquirió el jefe de escuadrón de la Royal Air Force Robert Porky Munro, quien lo importó a Gran Bretaña y lo registró con la matrícula UXB 12, lo que significa “unexploded bomb” (bomba que no ha explotado).

En 1957 Munro se convirtió en piloto jefe de pruebas del Hawker Siddeley Kestrel, el prototipo del Harrier Jump Jet, una de mis favoritos”. Tiene otro 356 negro, en este caso un C Cabriolet al que suele instalarle un portaesquís. Muy cool, desde luego, pero el magistral arquitecto aclara que “el glamour que actualmente se asocia al 356 llama al engaño sobre sus orígenes. Se concibió en tiempos de escasez y se construyó con las piezas que estaban disponibles en la posguerra”. Foster posee más clásicos de primer nivel que ha aportado a la exposición, como el Bentley R Type Continental de 1953 o el increíble Dymaxion.

Una exposición muy recomendable

Según los comisarios de la muestra, “la exposición celebra la dimensión artística del automóvil, vinculándola con los ámbitos paralelos de la pintura, la escultura, la arquitectura, la fotografía y el cine. Con este enfoque integrador, la muestra cuestiona la separación entre las distintas disciplinas y ofrece una exploración de los modos en que estas se relacionan visual y culturalmente”. Más que ningún otro invento, el automóvil ha provocado una transformación radical del paisaje urbano y rural de nuestro planeta. Los coches expuestos son una selección de los mejores de cada clase en lo que respecta a su belleza, singularidad, progreso técnico y visión de futuro. Están divididos en varias salas, con siete títulos que hacen referencia a su contenido: Beginnings, Sculptures, Popularising, Sporting, Visionaries, Americana y Future. Se trata sin duda de una oportunidad única de ver en vivo coches legendarios, cuyos propietarios muy rara vez permiten que salgan de sus museos privados.

Ejemplo de ello son el Pegaso Z-102 Cúpula, procedente del Louwman Museum, o el Bugatti Type 57SC Atlantic, del Museo de Peter Mullin en California (EE UU). Alucinante también el Alfa Romeo BAT 7 de la colección de Rob Walton, el Hispano-Suiza H6B Dubonet Xenia, el Lancia Stratos Zero o por supuesto el Ferrari 250 GTO. Motion. Autos, Art, Architecture estará abierta al público entre el 8 de abril y el 18 de septiembre.  

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