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Los conflictos bélicos y la competición. Cuando las bombas acallaron los motores

En el este europeo, las explosiones de las bombas acallaron el rugido de los motores. Tribunas, pista y edificios del único circuito  ucraniano en Chaika, a las afueras de Kiev, volaban en mil pedazos. Los mundos del motor ucraniano y ruso quedaban profundamente afectados, así como el resto de los deportes. Días después de la invasión, la FIA suspendía cualquier representación de las federaciones rusa y bielorrusa en el automovilismo internacional, y quedaba fuera del calendario el Gran Premio de Rusia de F1, programado para disputarse en Sochi en septiembre.

Nada nuevo bajo el sol

El 1 de septiembre de 1939 los blindados alemanes invadían Polonia y las sirenas sonaban en Varsovia. Comenzaba la Segunda Guerra Mundial. El 3 de septiembre debía disputarse en Belgrado, Yugoslavia, un Gran Premio fuera del campeonato europeo, que estaba dominado por Mercedes y Auto Union.

Los equipos privados, franceses, italianos e ingleses ya habían decidido no presentarse por razones de seguridad. Solo cinco pilotos se prepararon para disputar el que iba a ser el último Gran Premio en Europa durante siete años. Por orden expresa de Adolf Hitler, dos Mercedes “Flechas de Plata”  W154, y dos Auto Unión “D”, de los equipos oficiales estaban allí. Por último, les acompañaba un Bugatti T51 privado del yugoslavo Bosko Milenkovic.

El italiano Tazio Nuvolari (Auto Union)  fue el ganador por delante de Manfred von Brauchitsch (Mercedes). El piloto de Mercedes von Brauchitsch (sobrino del jefe máximo del ejército teutón, Walther von Brauchitsch), y su compañero Herrman Lang sabían que no podían faltar a la cita bajo ningún pretexto.

Tanto ellos como Hermann Müller (Auto Unión) y los principales pilotos alemanes de la época habían sido inscritos –quisieran o no–, como miembros de la NSKK, una especie de automóvil club alemán, pero con carácter nazi, que controlaba férreamente todo lo que tuviera que ver con las carreteras y la movilidad.  El “korpsführer” Adolf Hühnlein, jefe de la NSKK les había explicado muy bien porqué les convenía no faltar…

De vuelta al presente

La máquina del tiempo nos devuelve al 24 de febrero de 2022, Umea, Suecia. Oficina del Rallye de Suecia. El móvil sonó insistentemente antes de que el piloto ruso Nikolay Gryazin contestara, después de firmar su registro de asistencia.

“Nikolay, Putin acaba de invadir Ucrania”, la voz de su madre desde Moscú sonaba preocupada. Un escalofrío corrió por la espalda de Gryazin, campeón europeo júnior de rallies en 2018 y piloto Skoda. Sabía que para él, por un largo tiempo, se acababan las carreras y la máxima competición.

La guerra acababa de cambiar, también, la vida de Nikita Mazepin, Alexey Lukaniuk, Daniil Kvyat y Roman Rusinov, entre otros pilotos rusos, ruso-ucranianos y ucranianos.

Mientras  Gryazin prefiría guardarse su opinión, Lukanyuk, dos veces campeón europeo de rallies, afirmaba que muchas de sus amistades rusas estaban contra la guerra. Desde 2014, fecha de la toma de Crimea por parte de Rusia, su Ford Fiesta había lucido la leyenda “We want peace” (Queremos la paz). Ahora, su Citroën C3 de clase Rally 2 descansa en un garaje…

Nikita Mazepin, el piloto ruso de 23 años que debutó en F1 con el equipo Haas, perdió su asiento. El estadounidense  Gene Haas, propietario del equipo que lleva su nombre, decidió unilateralmente rescindir su contrato. Nikita protestó porque él había decidido aceptar las condiciones de la FIA para continuar  corriendo: no utilizar símbolo  alguno que represente a Rusia, y reconocer la posición de la FIA en contra de la invasión de Ucrania. Su multimillonario padre, oligarca amigo de Putin, iba a ser embargado por los gobiernos de la Unión Europea. Italia “le congelaba” una propiedad de 100 millones de euros en Cerdeña.

Tampoco las 24 horas  de Le Mans se han librado del terremoto geopolítico desatado por la matanza en el este europeo. El piloto Roman Rusinov, dueño del equipo G-Drive, de activa participación en el WEC y en la ELMS en la categoría LMP2, decidió no participar este año. Rusinov dijo que la decisión de la FIA era discriminatoria para con los pilotos rusos y bielorrusos. Su posición es lógica, teniendo en cuenta que “G-Drive”, la cadena de gasolineras rusa de la gasista y petrolera “Gazprom”, es quien le patrocinaba. El también ruso Daniil Kvyat, ex piloto de Toro Rosso y Red Bull en F1, contratado por G-Drive, también se quedó sin volante, y por ahora descansa en su residencia de Mónaco.

Los que no descansan son precisamente los pilotos ucranianos, de los que hay muy pocos en la escena internacional. Uno de ellos es Igor Skuz, que tuvo que cerrar su pista de karting, olvidarse de la competición y correr a los sótanos de su edificio en Kiev. Allí engrasó su ametralladora, porque a sus 45 años quedaba incorporado a las milicias defensoras. Otro es Pavel Cherepin, copiloto de Yuriy Protasov, que fue campeón de su país y disputó carreras del europeo y el mundial con un Ford Fiesta WRC2. Cherepin señalaba una irónica injusticia: mientras los rusos o bielorrusos, firmando las condiciones de la FIA, podrían participar en carreras internacionales, los pilotos ucranianos quedaban imposibilitados de salir del país porque debían tomar las armas para defenderse.

Rebobinamos 83 años

Dos de septiembre de 1939, 8 de la tarde en Belgrado. En la cómoda suite 224 de la  segunda planta del aristocrático Hotel Bristol, el barón Manfred von Brauchitsch se sobresaltó porque tres fuertes y apresurados golpes sacudieron la puerta de sus aposentos. Preguntándose el porqué de tanto apuro abrió y se topó con su enorme y rollizo jefe de equipo, Alfred Neubauer. El usualmente jovial Neubauer tenía un gesto de profunda preocupación. “Herr Brauchitsch, reunión de equipo en la sala de reuniones de la planta baja. Lo necesito allí en cinco minutos”.

Ya en la escena, Brauchitsch escuchó lo que se temía: “Inglaterra nos ha declarado la guerra. Nuestras tropas están en Polonia. Disputaremos esta carrera con toda normalidad y después regresaremos a casa”. Esa noche, Manfred no pudo dormir. Por la mañana, desesperado, corrió al aeropuerto. Advertido por Hermann Lang, Neubauer lo siguió y lo sacó de un  avión de Lufthansa con destino a Suiza, para que cumpliera con su deber.

Von  Brauchitsch, ganador de dos Grand Prix en 1937 y 1938, regresó a su país, sirvió al ejercito en puestos de oficina, sobrevivió a la guerra y falleció a los 97 años.

Herrmann Lang, el humilde mecánico que ascendió a piloto oficial Mercedes, también sobrevivió a la guerra. Tras la contienda volvió a correr y ganó las 24 Horas de Le Mans de 1952, junto a Fritz Riess, con Mercedes. Por su parte, Rudolf Caracciola, el mejor piloto de las “Flechas de Plata”, que no estuvo en esa carrera de Belgrado, pasó la guerra en su residencia de Lugano, Suiza.

¿Qué pasará con los pilotos ucranianos? ¿Les sucederá lo mismo que a los notables pilotos franceses de la preguerra, como Jean Pierre Wimille, Roger Benoist y Grover Williams?

Con su país ocupado por Alemania, ayudaron la resistencia. Benoist, ganador con Delage de cuatro “Grandes Epreuves” y Williams, ganador con Bugatti del primer Gran Premio de Mónaco, fueron capturados y ejecutados por la Gestapo poco antes de acabar la guerra. Wimille, ganador de varios grandes premios y dos veces de las 24 Horas de Le Mans, sobrevivió, pero falleció en 1949, al accidentarse con su Simca Gordini entrenando para el Gran Premio de Argentina de 1949.

Recordando el regreso a Alemania desde el GP de Belgrado de 1939, Alfred Neubauer, lejano predecesor del actual y exitoso jefe del equipo Mercedes, Toto Wolff, decía: “Es un viaje de regreso a un futuro incierto que solo nos trae una triste certeza: la época de las grandes carreras y de las grandes victorias ha pasado… Las conmociones de la vida nos separarán… Nuestros amigos se han convertido, súbitamente, en enemigos, y el canto de los compresores quedará ahogado por el tronar de los cañones… Después de largos años de penalidades y dolor, volveremos a encontrarnos… En un mundo distinto”.

Por ahora, el canto de los compresores ha dejado de escucharse en Ucrania y la vida de pilotos rusos y ucranianos se ha visco profundamente conmovida. Que aquellas palabras  de Neubauer no se hagan realidad, de nuevo,  83 años después..

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