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Cadillac Fleetwood Seventy-Five: francamente bien…

Hay cientos de marcas de automóviles, pero pocas tienen tanto contenido simbólico como Cadillac. Es el automóvil americano por excelencia, empresa centenaria (fundada en 1902) protagonista de muchos momentos históricos y parte esencial de la cultura popular.

Cadillac

En España siempre han sido automóviles minoritarios y exóticos, y durante el franquismo entraron pocas unidades. En aquellos tiempos eran muy usados por los toreros y sus cuadrillas para los largos viajes por carretera. Y es que a principios de los años sesenta los Cadillac eran la referencia, y las berlinas alemanas aún estaban por detrás en comodidad, refinamiento o potencia. Mercedes se puso por delante con el sensacional 600 (tipo W100) de 1963, aunque era un modelo carísimo y muy minoritario.

Sesenta años después, en el Madrid del siglo XXI el personal sigue alucinando con el Cadillac y nos dicen de todo, que si es el coche de Batman, que si El Padrino, que si Elvis… un auténtico show sobre ruedas.
Esta limusina que nos ocupa es un Cadillac Fleetwood Seventy-Five Series de 1962. La denominación “70 Series” (modelos 70 y 75) en realidad no indica gran cosa, porque se usó en muchos coches durante décadas.

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En el catálogo de la gama para 1962 aparecían 11 modelos Cadillac, si bien todos eran versiones con diferentes carrocerías (cupé, convertible o berlina) y acabados del mismo coche. Empleaban el chasis de largueros en forma de X (conocido como X-Frame), llevaban el mismo 6.3 V8 con las bandadas a 900 y lucían el mismo diseño frontal (ver columna sobre la gama). En lo más alto de la gama brillaba “nuestro” enorme Fleetwood Seventy-Five, que ofrecía un techo más alto y era un coche para tipos poderosos.

Si lo situamos en el contexto histórico veremos que ese fue un periodo en el que el Gobierno de EE UU envió mucha ayuda económica y militar a España. Poco después de la II Guerra Mundial, los estadounidenses se dieron cuenta de que el régimen franquista era ante todo anticomunista, y por tanto podía ser un buen aliado en la guerra fría frente a la URSS.

El primer acuerdo para la instalación de bases americanas en nuestro territorio se firmó en 1953, y en diciembre de 1959 Eisenhower visitó España. El general estadounidense desfiló junto a Franco por las calles de la capital en un Lincoln Cosmopolitan descapotable (traído por los americanos al efecto) en lo que supuso un espaldarazo definitivo para el régimen en el mundo Occidental.

Era por tanto un periodo de buena relación con EE UU, y el Cadillac que nos ocupa muy posiblemente llegó como parte de la ayuda americana. Aun conserva dos agujeros en la aleta delantera derecha para poner el banderín, y encontramos una funda de cuero que guarda una pequeña bandera de arpillera de la época, con el Águila de San Juan pintado a mano.

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Este impresionante automóvil mide 6.180 mm de largo y la distancia entre ejes es de 3.850 mm. Su pintura exterior es la original y mantiene su brillo. Es curioso que en una placa junto al motor se especifica que en su carrocería se ha aplicado “Magic Mirror acrylic lacquer body by Fleetwood”, una opción de la época.

Fleetwood nació como empresa carrocera en 1909 y trabajó para muchas marcas de lujo, hasta que se integró en General Motors en 1925 y pasó a centrarse en Cadillac. Pero a partir de 1932 se extinguieron las carrocerías especiales de Fleetwood y se fueron diluyendo en la oferta de Cadillac. No obstante, la denominación Fleetwood como símbolo de distinción se siguió usando en las grandes berlinas Cadillac desde 1941 hasta 1996.

Las líneas de este modelo las dibujó Chuck Jordan (1927-2010) para los coches de 1961, bajo la supervisión del mítico Harley Earl. Jordan tenía claro que Cadillac era la referencia en cuanto estilo, y quiso hacer un coche con menos “colas” que el del 1959, pero “con mucha alma”. Tras pasar un rato observando los detalles de esta escultura sobre ruedas uno no sabe qué hacer primero, si ponerse al volante o subir a la parte trasera.

Elijo el lugar donde se sentaba el Jefe del Estado y llama la atención que la puerta posterior se abre 900 para facilitar al máximo el acceso, algo que no ocurre en las grandes berlinas modernas. La tapicería no es cuero sino textil en perfecto estado y, al sentarte, te hundes como si te lo hicieras sobre un saco de plumas. Frente a nosotros el espacio para las piernas es enorme, y hay también un reposapiés. A lo lejos, fijados al panel que separa la parte delantera y trasera, vemos unos pequeños asientos plegables que puedes desplegar para tener dos pequeñas plazas centrales adicionales.

A mi izquierda tengo tres mandos metálicos y todos funcionan: dos para los elevalunas y uno para bajar la mampara de cristal que me separa del chófer. O subirla, en el caso de que quiera intimidad. Aquí sentado empiezo a sentir ganas de guiar a mis compatriotas hacia la unidad de destino en lo universal, organizando mi propio sistema de democracia orgánica.

Paso luego al asiento del chófer, que es corrido y va tapizado en cuero. Se puede desplazar eléctricamente, pero tiene poco recorrido. El respaldo no se puede reclinar porque toca con la mampara. La posición de conducción es erguida y el fino volante queda cerca del cuerpo. La visibilidad es muy buena y llama la atención que aún emplea el parabrisas panorámico que montaban los Cadillac de 1959. El Seventy-Five es el único modelo de la gama de 1962 que lo lleva. Este automóvil nunca ha sido restaurado, simplemente bien mantenido, y marca 38.809 millas (62.457 km).

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Bajo el capó lleva un enorme motor 8 cilindros de 6.3 litros, que, alimentado por un carburador Rochester de cuatro cuerpos, rinde 325 CV a 4.800 rpm. En parado emite un bonito ronroneo e imaginamos que sus emisiones harían palidecer a cualquier vegano de Greenpeace. Pero cuando ruedas detrás de él puedes disfrutar del genuino olor a gasolina quemada, algo parecido a como huele el aire en La Habana. Como en otros americanos, la boca para llenar el depósito está oculta bajo una tapa en el centro de la parte posterior, sobre la matrícula.

No tenemos datos sobre su consumo si bien estimamos que superará los 25 litros a los 100 kilómetros. Teniendo en cuenta que en el depósito caben
26 galones (98,4 litros), la autonomía no está mal. También podríamos usarlo como si fuéramos una banda de rock, e imaginamos que cualquier viaje con amigos en esta máquina pasaría a formar parte de la leyenda.
El cambio automático Hydra-Matic de cuatro marchas se maneja desde una palanca a la derecha del volante. A la izquierda están los mandos del aire acondicionado.

La dirección (por supuesto asistida) no es tan desmultiplicada como podría suponerse. Si todos los Cadillac estaban orientados al máximo refinamiento y a lograr una baja rumorosidad, en esta versión aún más. Pesa 2.440 kilos y el motor, con mucho par, permite a este barco ir con soltura por carretera.

Al conducirlo lo más engorroso es que es muy ancho y largo y no tiene retrovisor derecho (en esa época era normal no llevarlo) lo que te resta confianza a la hora de hacer maniobras y giros. Estas cosas lógicamente no pasarían en las carreteras solitarias de Michigan. Y para los que querían aún más sitio había una versión larga que disponía de espacio adicional entre las puertas traseras, y de cuatro ventanas laterales.

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El Cadillac luce la matrícula española MU-0036-H, cuya matriculación corresponde a marzo de 1977. Fue entonces cuando se vendieron varios coches que daban servicio a la Jefatura del Estado. Parece ser que en esa época hubo una pequeña diáspora de los “Cadillacs de Franco” y otro de ellos, más moderno, se expone en el Museo del Automóvil de Salamanca. El que nos ocupa estuvo algunos años en Cartagena, quién sabe si en manos de algún mando de la Armada.

Actualmente la Guardia Real sigue manteniendo la flota de automóviles que pertenecen a Patrimonio Nacional (incluyendo los tres Rolls Phantom IV) y que están al servicio del Rey y las autoridades extranjeras que visitan nuestro país. Entre ellos se cuentan varios Cadillac, aunque todos son más modernos que el que nos ocupa.

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El Seventy-Five de 1962 es un coche escaso en Europa, pero es posible encontrar alguno a la venta. Lo imposible es localizar otro que fuera utilizado por el general Franco, y ahí radica el carácter único del protagonista de este reportaje.

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