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Bruce McLaren, una vida a toda velocidad

Si Bruce (Auckland, Nueva Zelanda, 1937-Goodwood, UK, 1970) hubiera aparecido en el taller y nos hubiera dicho: “Hoy no vamos a trabajar en coches de carreras, vamos a cruzar el Sahara”, todos habríamos aceptado sin problemas”. Esta es una de las frases antológicas que se pueden escuchar en la película sobre la biografía de Bruce McLaren que se estrenó el año pasado. Nuestro protagonista no solo tenía talento como piloto, sino que sabía motivar a su gente como nadie y llevaba adelante cualquier proyecto que se propusiera.

La película es una forma inmejorable de acercarse a la personalidad de McLaren. Tiene formato de documental y es absolutamente apasionante y emotiva. En el filme hablan numerosas personas que compartieron momentos importantes con él, y muchas, más de medio siglo después, no pueden contener las lágrimas. Brillan los testimonios de Emerson Fittipaldi, Chris Amon, Mario Andretti, Dan Gurney, Alistair Caldwell, Jackie Stewart o su viuda, Patty, que desgraciadamente falleció antes de que se estrenara la película.

Nacido el 30 de agosto de 1937, la historia de Bruce Leslie McLaren está marcada por el constante trabajo y la ilusión por hacerse un hueco en la élite automovilística, una atracción por el mundo de las carreras que le inculcó su padre. Su progenitor tenía una gasolinera en la que invirtió tras trabajar durante años conduciendo camiones cisterna de Texaco.

Siempre sobreponiéndose a la adversidad

Los inicios de Bruce no fueron fáciles, pues muy joven le diagnosticaron una deformación en las caderas. Salió adelante gracias a su devoción por los coches, aunque siempre mostraba una leve cojera cada vez que realizaba un esfuerzo físico elevado. Es muy probable que Bruce hiciese un ejercicio extraordinario de voluntad y ambición que se materializaron años después en las hazañas que lograría como piloto y de jefe de equipo.

Antes de contraer la enfermedad de Perthes (pérdida temporal del suministro de sangre a la cadera con la muerte progresiva del hueso femoral), Bruce ya se había introducido por sus propios medios en ese ambiente de olor a aceite y gasolina que tanto le llamaba la atención desde niño. La verdadera pasión de Bruce McLaren era conducir. No obstante, pronto descubrió, tras el curso de ingeniería que realizó, que había despertado en él otro afán: crear bólidos cada vez más veloces y fiables.

Su primera prueba de fuego se produjo cuando pusieron a su disposición un Austin 7 Ulster. A pesar de no ser una maravilla, le brindaron la oportunidad de mejorarlo si se sentía preparado, ya que las piezas no eran excesivamente caras. “Me comentaron que si quería hacerlo más competitivo debía diseñarlo y construirlo yo mismo”.

Por eso a nadie le sorprendió cuando se presentó en 1957, a la edad de 20 años, en el Gran Premio de Nueva Zelanda disputado en Ardmore, a los mandos de un Austin-Healey 100/4. El año siguiente fue galardonado con el premio Driver to Europe, lo que le permitió viajar a Europa y competir con los grandes. En 1958 finalizó con su F2 en la quinta plaza del Gran Premio de Alemania en Nürburgring, con solo cuatro F1 por delante de él. Al año siguiente llegó el primer gran éxito cuando, al volante de un Cooper, se alzó con la victoria en el Gran Premio de Estados Unidos en Sebring, convirtiéndose a la edad de 22 años en el piloto más joven en ganar una carrera del campeonato del mundo; un récord vigente hasta que Fernando Alonso lo batió. En su trayectoria profesional figuran cuatro victorias y 27 podios en un total de 101 participaciones.

Bruce McLaren

Nace su equipo de fórmula 1

La escudería McLaren comenzó a competir en la F1 en 1966, con su habitual ansia por aprender y mejorar. “Quería aprender todo lo posible, porque Bruce era un artista”, recuerda Mario Andretti. Logró la primera victoria para la escudería conduciendo su McLaren Cosworth en el GP de Bélgica de 1968, y esa misma temporada Hulme ganó en Italia y Canadá. Se recuerda también su actuación en una de las carreras más apasionantes que se recuerdan, el Gran Premio de Italia de 1969 corrido en Monza. Acabó en cuarta posición, a pocos segundos del vencedor, Jackie Stewart. Jochen Rindt y Jean-Pierre Beltoise coparon los otros dos escalones del podio respectivamente. “Allí estaba yo, a 290 km/h en la recta, con cuatro o cinco coches por delante e intentando no cometer ningún fallo para no descolgarme”, relataba.

No podemos pasar por alto sus grandes éxitos en la Canadian-American Challenge, una competición que no exigía un tamaño máximo de motor ni mínimo de peso. Estas reglas permitieron a su equipo producir los coches de carreras más rápidos del momento.

En 1967 Bruce y Denny Hulme comenzaron a pilotar un asombroso McLaren M6A, con el que ganaron cinco de las seis carreras del campeonato, además de la victoria final en la general del primero. Fue la tónica habitual durante los cinco años siguientes, con dos títulos para McLaren, dos para Hulme y otro para Peter Revson. La superioridad eran tan aplastante que la serie se hizo archiconocida bajo el apodo de “El espectáculo de Bruce & Denny”. Sin embargo, este dominio fue contraproducente, ya que se les exigía que ganaran y ofreciesen también maniobras espectaculares.

Ambos, cansados de tanta presión, se plantaron alegando que no era su culpa si es resto de equipos no podían darles caza. “La gente viene a vernos ganar, no a hacer el payaso como monos de circo”, espetaba McLaren ante tal polémica. Otro hito fue la victoria en Le Mans en 1966, acompañado de Chris Amon en un Ford GT40.

Su suerte se truncó

Cuando la vida sonreía a Bruce McLaren y empezaba a vivir como un personaje de la jet set, llegó el fatídico accidente en el circuito de Goodwood. Fue el 2 de junio de 1970, mientras probaba su recién diseñado McLaren M8D para el campeonato de CanAm. Se salió de la pista como consecuencia del desprendimiento de una de las piezas, impactando violentamente contra el muro de una caseta. Murió al instante. Tras la tragedia su esposa Patty escribió una carta: “Quería que los chicos”, ella llamaba así a los miembros del equipo, “continuaran con la labor de mi marido”.

Los bólidos que fabricó con su pequeño círculo de confianza son lo que realmente perduran, amén de la leyenda de un hombre que perdió la vida en el asfalto demasiado pronto. Su desaparición causó una gran conmoción entre los seguidores de la F1 y especialmente entre los que componían su equipo, quienes le habían visto esforzarse de modo sobrehumano por llevar a la escudería a lo más alto. Le enterraron junto a algunos de sus familiares en Auckland bajo el lema “Sin Bruce, pero para Bruce”.

Casi medio siglo después McLaren vive y es más fuerte que nunca, aunque las cosas en la F1 no terminen de funcionar. Donde muchos otros equipos han ido a la deriva, el inglés siempre se ha mantenido entre los favoritos. Nos gusta creer que la fe que han mantenido los distintos propietarios en los principios y las enseñanzas de Bruce es la causante de su buena marcha a lo largo de estos años.

Y es que las nociones básicas del neozelandés siguen imperando en la escudería inglesa. “El secreto está en diseñar el coche de manera que sea fácil trabajar en él”, comentaba McLaren a sus mecánicos. Algunos de ellos le rememoran con una frase muy común que acostumbraba a decirles para bromear: “Hacedlo de una forma tan simple que hasta yo pueda entenderlo”.

En la escudería Bruce apostaba además por la especialización en el trabajo. Consideraba que el buen funcionamiento de un equipo se basaba en que cada ingeniero, cada diseñador, cada mecánico se dedicase estrictamente a su labor. Se respiraba felicidad en el box y eran una verdadera piña. Uno de ellos lo recuerda así: “Bruce era uno de los nuestros, trabajaba con nosotros, hablábamos el mismo idioma, estabas en buenas manos con él”.

Nadie más ha conseguido en un periodo tan breve de tiempo dejar una huella tan profunda en el automovilismo. Pilotos como Prost, Lauda, Senna, Häkkinen, Räikkönen, Alonso o Hamilton han gozado de la oportunidad de conducir un McLaren gracias al sueño de Bruce. Una de sus frases más recordadas, quizá por premonitoria, es aquella que dice: “Creo que la vida se mide en logros, no en años”. Treinta y dos años dieron para mucho.

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