Aston Martin V12 Speedster: probamos la barchetta más exclusiva de Aston

Para muchos puede ser difícil verle el sentido de un automóvil como el Aston Martin V12 Speedster. ¿Puede un vehículo, incluso uno tan glamuroso como este, justificar un precio de 890.000 euros? La reacción del mercado sugiere que sí: más de 70 de los 88 Speedsters que se están construyendo ya han sido reservados por los clientes más fieles.

En todo caso, este mercado está en auge, con el McLaren Elva (149 unidades) y el Ferrari SP1 / SP2 Monza compitiendo por la atención de los coleccionistas. A la mitad del precio de su rival británico, el Aston tiene un precio notablemente bueno.

Y podrías comprar casi tres Aston Martin V12 Speedster por lo que cuesta un Ferrari SP1 / SP2 Monza (499 unidades). O sea que este V12 Speedster es barato… resulta curioso cómo se pierde el sentido de la perspectiva una vez que nos adentramos en la mentalidad del superlujo.

El Aston Martin V12 Speedster tiene un aspecto fantástico: bajo y sinuoso, con un guiño al DBR1 ganador de Le Mans de 1959. También recuerda al prototipo CC100 Speedster de 2013.

Lo más llamativo es la columna central del color de la carrocería que divide el compartimiento de cada uno de los pasajeros, como una especie de brutal dispositivo de distanciamiento social.

No hay techo ni parabrisas ni ventanas, y por lo tanto un casco o al menos unas gafas que protejan de los posibles impactos son imprescindibles. Para entrar tiras de la manilla emergente, la puerta se eleva y subes a una cabina que resultará familiar a cualquiera que conduzca un Vantage o un DB11.

Sin embargo, la cabina se siente especial, con materiales de alta calidad como la fibra de carbono y grandes vistas envolventes. Puestos a criticar, el diseño del volante no es lo más bonito, y los conductores altos no pueden ver la fila superior de interruptores.

Cualquier objeción se olvida al encender el V12 biturbo de 5.2 litros de origen DBS y tirar de la leva derecha de fibra de carbono para engranar la primera.

El cambio automático es ZF de ocho velocidades y resulta muy civilizado a bajas revoluciones, y también ofrece más comodidad de lo que sugieren sus llantas de 21 pulgadas. Pero luego llegas a una carretera secundaria y te abruma su descomunal rendimiento (700 CV), y el horizonte se tambalea en medio de grandes bocanadas de aire.

Es capaz de acelerar de 0 a 100 en 3,5 segundos y la falta de parabrisas hace que la sensación de velocidad sea aún más intensa. Los frenos son carbonocerámicos y la carrocería, de fibra de carbono.

La paradoja es que ese melodioso V12, que suena como un trueno en el poderoso DBS, en este modelo queda bastante silenciado por el sonido del aire. Esto ocurre incluso cuando pasas de las 6.000 rpm, ya en el territorio de la pérdida de carné y con tus ojos pidiendo clemencia.

Y eso que el escape de acero inoxidable con la salida en el centro del difusor trasero ha sido desarrollado a medida para este modelo. Una de las grandes ironías del Speedster es que disfruten más de su estremecedor sonido los transeúntes y los otros automovilistas.

Curiosamente, dada la inspiración racing y el rendimiento desenfrenado, nos ha parecido que el Speedster tiene más sentido si se conduce en el modo “Sport” (también ofrece modos “Sport+” y “Track”). Sin duda, conducirlo en circuito debe ser una experiencia impactante, pero no tuvimos oportunidad de hacerlo.

En las carreteras del mundo real es cómodo y elegante, se conduce con serenidad y te conecta con la naturaleza mejor que cualquier otro roadster que hayas conducido.

Aprecias íntimamente las vistas, los olores y los sonidos. Y cuando pases frente a escaparates donde veas tu reflejo, recordarás por qué invertiste casi un millón de euros en puro arte sobre ruedas.