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Pilotos de altos vuelos: de esta manera viajan los pilotos de F1 entre grandes premios

Con 23 o 24 carreras anuales por todo el mundo, pilotos, jefes de equipo, ingenieros y mecánicos, recorren más de 150.000 kilómetros a bordo de aviones. Los pilotos más acaudalados, como Max Verstappen y Lewis Hamilton, y aquellos que logran patrocinios de compañías aéreas utilizan jets corporativos para desplazarse a 900 km/h entre escenarios en busca de sus sueños

En mayo de 2000 el Lear Jet que transportaba al piloto David Coulthard de Inglaterra a Niza sufrió un accidente al aterrizar en Lyon. Fallecieron ambos pilotos, pero Coulthard, su novia de entonces, Heidi Wichlinsky, y su fisio, Randy Matthews, resultaron ilesos. Coulthard intentó ayudar a los pilotos sin éxito y, cuando no pudo, comenzó a llamar por teléfono para tranquilizar a familias y relaciones. Nervios de acero ante el riesgo o los choques. Dos días más tarde, David llegaba a Barcelona sobre otro Lear Jet, este de Mansour Ojjeh, uno de los propietarios de McLaren y, a cinco días del accidente, Coulthard acababa segundo tras Mika Häkkinen en el G.P. de España, en Montmeló.

 

Ni se le ocurrió a David que podía viajar por tierra desde Niza a Barcelona. Su rutina, en aquellos años donde había 17 grandes premios por año, muchas pruebas y compromisos con sponsors, la única forma de ganarle tiempo al tiempo y mantener henchida la cuenta bancaria era utilizar jets privados.

Hoy, 23 años después, con 23/24 carreras anuales, la necesidad de utilizar aviones privados o chárter para jefes de equipos e ingenieros y mecánicos se ha acentuado. La F1 pasa cada vez más tiempo en el aire.

Organización cuasi militar para transportar a los soldados y la logística de materiales. DHL, transportadora oficial de la F1, mueve 1.400 toneladas en 14 aviones para cada carrera y emplea en Europa 18 camiones especiales para lo que los equipos no llevan ellos mismos.

Tras cada Gran Premio se debe evitar los atascos de salida de los circuitos; con helicóptero, dirigirse al aeropuerto más cercano y abordar allí el avión personal. En Europa, el domingo por la noche estás en casa. Desde Estados Unidos o Asia puedes llegar el lunes por la mañana a Inglaterra, Italia, Mónaco, Suiza, Austria...

En los años sesenta/setenta era más común que un piloto obtuviera su licencia de piloto y comandara su propio aeroplano. Jim Clark, dos veces campeón del mundo en 1963 y 1965, le compró un Piper Comanche a su jefe de equipo, el genial fundador de los Lotus, Colin Chapman. El mismo Chapman, piloto de posguerra en la RAF, disponía de un Piper Navajo bimotor de 8 asientos. En Ibiza lo conocían bien porque tenía una villa allí sobre la que pasaba rozando el techo para avisar a su esposa e hijos que estaba llegando desde Inglaterra. La villa se denominaba “Las 4 Horas”, que era lo que se tardaba en llegar desde Ethel, cerca de Norfolk, hasta la isla.

 

En 2013, el piloto mejor pagado de esa época, Lewis Carl Davidson Hamilton, adquirió un Bombardier Challenger 605 biturbina para 10 pasajeros con capacidad intercontinental. Lewis disfrutaba de su juventud, su popularidad y empuje de macho alfa: en cuanto podía volaba hacia su íntimo “pied-à-terre” en Barbados. Cuenta la escultural modelo e influencer estadounidense Verónica Valle que Lewis la transportó en su jet desde la isla hasta Houston, Texas, donde residía ella; y que el campeón de 2008 estaba obsesionado con la limpieza del servicio de su aeroplano: “Un día le dijo de todo al piloto porque el pobre hombre había tenido que emplear el lavabo a fondo. Muy enojado, Lewis no dejaba de repetir que “nadie puede utilizar mi váter cuando yo estoy volando. Lo despediré”.

Hamilton también le hizo una maniobra por el interior a la agencia tributaria británica, adquiriendo su avión en 20 millones de dólares pero registrándolo en las Islas Vírgenes, ahorrándose de manera controvertida 4 millones en impuestos. Lewis viajaba con sus amigos y amigas e instrumentos musicales y su perro Roscoe. Como muchos en la F1 recorría 150.000 kilómetros por temporada con su avión. De todas maneras, cuando al “Sir” volador le llegó la vena ecologista, vendió el avión a Niki Lauda a comienzos de 2019 y ahora va de alquiler.

En 2023 hubo un calendario muy apretado, con varias carreras separadas por solo una semana con cambio continental (de Azerbaiyán a Miami en siete días) y una maratón de tres citas en 21 días; una primera tripleta que falló por la suspensión de Imola, pero que hubiese reunido en el mismo plazo a Imola, Mónaco y Montmeló. Agotadora sin duda la segunda tripleta de tres semanas entre Austin, Hermanos Rodríguez en México e Interlagos en Brasil. Salud y familia comienzan a resentirse.

Niki Lauda, fallecido en mayo de 2019, campeón tres veces (1975, 1977 y 1984), tuvo tiempo y voluntad, cuando era piloto Ferrari, para clasificarse como piloto comercial capaz de volar los Boeing 777 de su propia compañía aérea. Su socio en el equipo Mercedes, Toto Wolff, dispone de un Bombardier Global 6000 que puede configurarse para 17 pasajeros. El constructor canadiense Bombardier ha nombrado a Wolff embajador de su marca y le cedió el avión con 50% de descuento. Wolff, socio y jefe máximo del equipo Mercedes-AMG, dice que es una extensión de su oficina; sirve con zona de reuniones e incluso sitio para dormir. En caso de que Toto te invite a compartir vuelo con él, habrá que tener en cuenta que este modelo, que es como un jet comercial pequeño, cuesta 5.150 euros por hora de vuelo.

 

En la actualidad, para Ferrari, vuelan con Vista Jet, Carlos Sainz Jr, Charles Leclerc y el team principal Fred Vasseur. Valtteri Bottas se desplaza en los aviones de la empresa Insi y Alpha Tauri, que tiene su propio Honda Jet para su team principal y sus pilotos Yuki Tsunoda y Daniel Ricciardo.

 

Max Verstappen tardó poco en pasarse a los jets intercontinentales en cuanto se transformó en un serio aspirante a ser campeón. A finales de 2020 adquirió por 14 millones de euros un Falcon 900 EX tri-turbina que pertenecía al dueño de la aerolínea Virgin, Richard Branson. Destaca por su color gris oscuro mate con gráficas anaranjadas. No podía ser menos que su suegro, Nelson Piquet, padre de su compañera Kelly Piquet. Max se ha puesto a la par de Nelson: ahora, como el brasileño, tiene tres coronas de F1 y también un jet (Piquet posee un Cessna Citation 750 X para 12 pasajeros). Tras acabar la temporada 2023 en Abu Dhabi, el jet de Max viajó a Inglaterra, seguramente para los debidos festejos en la sede de Red Bull y otras ceremonias; de allí a Niza, de allí a Faro, donde los Piquet tienen otra residencia, y de allí el 19 de diciembre hacia Brasil. Max necesitaba algunos días en el entorno tropical de la residencia de su suegro en Río. ¿Habrá pasado una Navidad carioca? Seguramente estuvo hablando de negocios con el veterano y astuto Nelson, que se ha acumulado mucho más dinero como empresario que como piloto. Hasta 200 millones de euros con su empresa de localización por satélite de flotas comerciales y otras inversiones en logística. Charla interesante entre dos pilotos de altos vuelos...

Dramas al aterrizar

 

El bicampeón mundial Graham Hill también era piloto de su propio Piper Aztec. Tras el G.P. de Mónaco, donde había ganado cinco veces, anunció su retiro. Tenía su propio equipo, Embassy Hill. Regresando de unas jornadas de test en Paul Ricard, el 29 de noviembre de 1975, en medio de una densa niebla se estrelló cuando intentaba aterrizar en el aeródromo de Elstree. Falleció él, su piloto del equipo Tony Brise y otros 4 miembros de la escudería. Su hijo Damon Hill había tenido ese día un extraño presentimiento. Poco más de 21 años después, en 1996, Damon también era campeón de Fórmula 1 y viajaba a menudo a las carreras en el jet privado del equipo Williams.

 

El 2 de mayo de 2000, un Lear Jet 35A propiedad de David Murray, dueño del equipo de fútbol Queen’s Park Rangers, despegó de Farnborough en Inglaterra rumbo a Niza. Viajaban David Coulthard y sus dos acompañantes: una bomba rubia tan alta como el piloto (casi 1,90m), Heidi Wichlinsky, modelo, y Randy Matthews, el fisio del corredor. Faltaban cinco días para el G.P. de España. Unos sesenta kilómetros antes de pasar sobre Lyon, una turbina falló. El piloto David Sanders pidió pista para un aterrizaje de emergencia. Nada para alarmarse mucho. Con el aparato alineado con la pista 36L a 70 metros de altura, el avión se inclinó violentamente con el morro hacia abajo y se estrelló de lleno contra el terreno aledaño al asfalto. Fallecieron Sanders y su copiloto Daniel Worley. Matthews y Coulthard ayudaron a salir del habitáculo de los pasajeros, que estaba relativamente intacto, a la Wichlinsky. Asombro al jefe del aeropuerto, encargado del operativo de rescate, la tranquilidad y entereza de Coulthard. Dos días más tarde, otro Lear Jet transportaba al escocés desde Niza a Barcelona, donde iba a acabar segundo en el G.P. de España. Nervios de acero, fatalismo...

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