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Pierre Henri-Raphanel, piloto oficial de Bugatti: posiblemente, el mejor trabajo del mundo

Tras competir en monoplazas, sport prototipos y GT’s, nuestro protagonista comenzó una etapa vital igualmente fascinante: desde 2005 su misión consiste en probar los Bugatti y mostrar sus extraordinarias virtudes a clientes de todo el planeta.

Hay por ahí muchos “top 10” sobre cuál es la mejor profesión a la que alguien podría dedicarse. Respecto a las mejor pagadas es fácil hacer una clasificación precisa, pero en cuanto a las más placenteras, lógicamente dependerá de los gustos de cada uno. A los lectores de Car la pasión por conducir se les presupone, y por eso creemos que el trabajo de nuestro protagonista es difícil de superar.

Todas las marcas de coches tienen probadores, la mayoría de ellos con experiencia en competición. Hay por ahí muchos tipos cuya rutina diaria consiste en subirse en prototipos de Ferrari, Lamborghini o Porsche, y rodar con ellos por carreteras o circuitos, con sol, lluvia o nieve.

La sutil diferencia es que Raphanel (Argelia,1961) trabaja en la marca más cara y exclusiva, con coches que no solo son ultra-rápidos sino también cómodos, y durante años pudo presumir de ser el único piloto oficial de Bugatti. No obstante, desde 2011 el británico Andy Wallace (ganador en Le Mans, Daytona y Sebring) es el segundo piloto de la compañía. Para ocupar un puesto de este tipo no basta con ser muy rápido, como explica Christophe Piochon, presidente de Bugatti Automobiles: “Necesitábamos asegurarnos no solo de tener un conductor extremadamente talentoso que pudiera ayudarnos a demostrar todas las capacidades del automóvil a nuestros clientes, sino también alguien que también pudiera explicar las innovaciones de ingeniería y contar, con pasión, la historia de Bugatti. Desde su primera experiencia con el Veyron, Pierre-Henri comprendió inmediatamente la visión de nuestros coches y desde entonces ha sido el embajador perfecto”.

Siempre detrás del volante

En efecto esa pasión la siente desde que nació, como recuerda el piloto galo: “siempre supe que estaba destinado a una vida en la pista y detrás del volante”. Su primera incursión en la competición se produjo en el karting a los trece años. Pierre-Henri se estableció rápidamente en la escena del karting gracias al apoyo de su familia, ya que ganó el Campeonato de Francia (1981) y se clasificó entre los seis mejores del Campeonato del Mundo. A los monoplazas (Fórmula Renault) llegó en 1983 con 21 años, y después pasó la Fórmula 3. En esta especialidad ganó el Campeonato de Francia, incluida la victoria en el Gran Premio de Mónaco de F3 de 1985. La evolución natural le llevó a la Fórmula 3000 en 1986 con Oreca sin lograr buenos resultados (en aquella época competían también Adrián Campos y Pérez-Sala) y en 1987 pasó a Onyx, donde solo pudo ser décimo tercero. Al menos logró ser tercero en su segunda participación en Le Mans, con un Cougar Porsche.

Su breve trayectoria en la F1 estuvo marcada por la precariedad en equipos con muy pocas opciones. Debutó en 1988 con Larrousse en Australia pero no logró clasificarse para la carrera. En 1989, al volante del Coloni-Ford, se clasificó en el puesto décimo octavo de la parrilla en Mónaco y rodaba décimo quinto cuando se rompió el cambio. También pilotó para el equipo Rial pero sin opciones de clasificarse. Una curiosidad es que, según las estadísticas, es el único piloto cuya única carrera en F1 fue en Mónaco.

Como tantos otros pilotos con talento, nuestro protagonista no pudo hacerse su hueco en la categoría reina, y se centró en las carreras de resistencia, donde tuvo más éxito. En 1990 compitió en Japón y en 1992 logró acabar segundo en Le Mans como piloto oficial Toyota (en total participó 14 veces en la prueba gala). La victoria se le volvió a escapar por poco en 1997, a los mandos del espectacular McLaren F1 GTR “Gulf Team Davidoff”, con el que terminó de nuevo segundo.

Se retiró de la competición en 2001 y entonces veía muy complicado seguir viviendo de conducir. Pero a veces la vida te da sorpresas maravillosas. En 2005, tras años lejos de las carreras, recibió una llamada que cambió su vida profesional para siempre: “Era Thomas Bscher, no había sabido nada de él durante siete años, cuando nos conocimos por primera vez en un evento de Gentlemen’s Drivers”, recuerda. Thomas, que era el presidente de Bugatti en ese momento, estaba supervisando el desarrollo de un automóvil que se convertiría en un ícono: el Veyron. “Me invitó a Molsheim para una presentación ante un grupo selecto de personas. Recuerde que en ese momento, no se sabía mucho sobre el renacimiento de la marca Bugatti y de aquel superdeportivo completamente nuevo. Naturalmente, tenía curiosidad por saber más, así que acepté con gusto la invitación de Thomas y viajé a Alsacia (…) El Veyron era absolutamente alucinante. Era y sigue siendo, diferente a todo lo demás en el mundo del automóvil. Estaba absolutamente fascinado por el coche y la marca. Recuerdo que no quería salir del coche. En ese momento supe que quería ser parte de esta impresionante aventura”.

Tuvimos ocasión de hablar con Raphanel por primera vez en 2009, durante la prueba del Bugatti Veyron. Y es que entre sus funciones también se incluye evitar que algún periodista se cargue uno de sus coches. Nuestro compañero de Car UK lo contaba así: “Raphanel se pone en marcha y no deja de hablar del coche, está claro que disfruta con su trabajo. Conduce por las calles con mucha suavidad, con el motor a bajas vueltas pero siempre con mucho par disponible. De pronto salimos de la población y me empiezo a poner tenso. Dios mío, todo lo que se dice de este coche es cierto. Pierre-Henri acelera a fondo y es como una explosión, lo hace con tanta ferocidad que me pongo literalmente malo. De 0 a 100 en 2,5 segundos es una marca propia de un Fórmula 1. Si en un Lamborghini las referencias en cuanto a espacio y tiempo ya son muy diferentes, en el Veyron parece que vas por la autopista conduciendo un caza. Es fácil ponerse a 300 km/h, solo se tardan 16 segundos desde parado. Se lanza a 200 km/h en 7,4 segundos, de modo que tienes que tomar decisiones muy deprisa sobre el modo de superar al resto de coches que circulan por la autopista. Pierre-Henri me anima, “yes, yes” 270, 280, 290 km/h en un instante, el velocímetro sube tan rápido que parece el cuentavueltas. Ves un coche en el horizonte y en pocos segundos está en el espejo retrovisor (…) En el recorrido a través de las instalaciones Raphanel sigue haciendo gala de un entusiasmo contagioso. “Nadie hará algo así otra vez. Necesitas tres cosas: una marca como Bugatti, por la que los clientes están dispuesta a pagar millones de euros. Un hombre como Ferdinand Piëch (expresidente del Grupo Volkswagen y nieto de Ferdinand Porsche) que tuvo la determinación de poner este proyecto en marcha, y por último necesitas una compañía como Volkswagen dispuesta a correr con los gastos”.

Su pasión sigue intacta

Desde aquel encuentro han pasado catorce años y su pasión sigue intacta: “el Veyron representaba la cumbre, pero parte del espíritu y el ADN de Bugatti es elevar continuamente el listón una y otra vez, y eso es lo que la marca ha hecho después del Veyron, con la familia Chiron. El Veyron y el Chiron son obras maestras de pura belleza, pero ese lado más superficial se enriquece con una personalidad más profunda, que surge de una potencia y un rendimiento incomparables. Me gusta llamar a los coches Bugatti “La Bella y la Bestia” para expresar cómo equilibran perfectamente ese rendimiento con la agilidad, poder con comodidad, o un sonido exterior único con una lujosa acústica interior”. En efecto es relativamente fácil diseñar un coche escandalosamente rápido, lo difícil es lograr que se pueda conducir en cualquier terreno, como una ciudad, con total comodidad y fiabilidad.

Raphanel lo explica así: “el saber hacer de Bugatti es poder ofrecer todas estas facetas tan diferentes en un solo automóvil, sin importar si circula a 20 km/h o si lo empujan a velocidades extremas. Incluso después de dieciocho increíbles años con la marca, todavía no me he acostumbrado –y, de hecho, estoy seguro de que nunca lo haré– a esa sensación que solo un Bugatti puede ofrecer. Crear recuerdos eternos, compartir momentos únicos en la vida con clientes y entusiastas de la marca de todo el mundo, es parte de la historia que hace que Bugatti sea verdaderamente incomparable a cualquier otra marca”.

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