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Historia del 911: para seguir igual, las cosas deben cambiar

El doctor Porsche fue una figura clave entre los ingenieros centroeuropeos que definieron el concepto exclusivamente alemán del automóvil. Como empresa, Porsche se alimentó de esta cultura, pero pronto también definió una cultura propia. Sin embargo, lo que pasa con las culturas es que, por definición, evolucionan. Aquí radica la paradoja del que originalmente era el Porsche Tipo 901, una paradoja que explica parte de la tensión creativa sobre la idea misma de diseño.

Los diseñadores creen que han logrado lo óptimo, pero también creen que el cambio y la mejora son necesarios y esenciales. Así surgió el 901. No es un proyecto terminado en 1963, sino uno que apenas había comenzado.

Nadie podría haber predicho su éxito. Desarrollar un automóvil de cuatro plazas más práctico y refinado había sido una preocupación de Porsche desde principios de los años 50. Un coche que debía ser una expresión de la confianza, listo para satisfacer el apetito por el lujo creado por la prosperidad del Wirtschaftswunder (milagro económico). Un ejemplo fue el Tipo 530, un 356 con la batalla alargada, un concepto que no tuvo continuidad.

En esta época muchos diseñadores pasaron por la oficina de dibujo de Porsche. Uno de ellos fue el conde Albrecht Goertz (lo más destacado de su obra es el BMW 507), un tipo con maneras de playboy que había trabajado para Raymond Loewy en Nueva York, quien le puso en contacto con las aletas y el estilo aeronáutico de los diseñadores estadounidenses.

Algunas de las ideas de Goertz alimentaron la incubación del 901, confirmando una conexión estadounidense con Porsche que comenzó cuando el doctor Ferdinand visitó Detroit para aprender sobre los métodos de producción de Ford.

Pero las distintas propuestas de diseño en competencia para el nuevo coche fueron concretadas por Ferdinand Alexander “Butzy” Porsche, hijo de Ferry, nieto de Ferdinand. Le conocí en el complejo familiar de Zell am See y me mostró, como ya había hecho con muchos visitantes antes, cómo la característica línea lateral del 901 se basaba en dos elipses superpuestas. El primer 2+2 901 era más una berlina de la Guerra Fría que el deportivo definitivo. No todo el diseño alemán se basa en los principios sistemáticos de la Hochschule für Gestaltung (universidad de diseño) de Ulm que nos dio el minimalismo de Braun. Gran parte del diseño alemán es simplemente extraño, como sabemos los admiradores de los aviones Blohm & Voss y los camiones Hanomag. Y así fue el 901, que salió a la venta como el ya famoso Neunelfer (neun-nueve, elfer-onceavo).

 

“El 911 ha seguido evolucionando, demostrando que la cultura está viva y que los coches tienen vida”

En términos de diseño, su momento de transición llegó a finales de los años 70, justo cuando el ahora independiente “Butzy” ofrecía gafas de sol con lentes desmontables bajo su marca Porsche Design. En 1979, el 911 SC apareció con espejos retrovisores y perfiles de los faros del color de la carrocería, mientras que el brillo de las ventanas fue reemplazado por un acabado anodizado negro. También era un poco más ancho. Es cierto que con esto se perdió la deliciosa compacidad del primer automóvil que lo hacía tan manejable, pero tenía mejor aspecto. Este fue el momento histórico en el que el diseño dejó de ser la descripción de una actividad y se convirtió en un bien que se podía comprar. Como las gafas de aviador.

El 911 siguió evolucionando, demostrando que la cultura está viva y que los coches tienen vida. “Hay”, dijo Gilbert Simondon, “algo eterno en un esquema técnico”. Simondon era un filósofo francés que, misteriosamente, se encontró trabajando para la Junta Nacional del Carbón. En su libro “Du Mode d’Existence des Objets Techniques”, de 1958, predijo el fenómeno del 911. “Los artefactos evolucionan a partir de sí mismos: contienen las condiciones para su propio desarrollo”. No es imprudente decir que, al igual que el Boeing B-52, el 911 seguirá siendo un diseño viable cuando cumpla 100 años. Y, al igual que el B-52, ese 911 de 2063 no tendrá un solo elemento en común con el original. Excepto, por supuesto, el “esquema eterno” de Simondon. Es un recordatorio de esa famosa paradoja de la novela de Lampedusa, “El gatopardo”: cambiar todo para que nada cambie.

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